martes, 10 de noviembre de 2015

¡Bienvenida a nuestro blog, a la querida y gran estimada escritora de libros infantiles: La señora Iris Rivera, queridos amigos!

¡Permiso! ¡Buenos días, buenas tardes o noches, chicos y chicas! ¡Hola, chicos y chicas! ¿Cómo están? Queremos compartir junto con todos ustedes, una dedicatoria especial.

Queremos compartir y presentarles desde la ciudad de Córdoba Capital, Argentina, junto con toda mi familia, con todos mis seres queridos y amigos, tantos para cada uno de ustedes, como así también; para cada una de sus familias, para cada uno de sus seres queridos y amigos, el cuento que se titula: "Candela" y fue escrito por la gran escritora de libros infantiles, la señora Iris Rivera.
Se llamaba Candela porque en los ojos le bailaba una llamita. A veces, al máximo. A veces, al mínimo. Según.
Frente a un plato de arroz con leche, la llama se hacía tan alta que era capaz de chamuscarle el flequillo. Pero si le tocaba hacer mandados, la llamita quedaba moribunda.
Si Paula le prestaba los patines para volar contra el viento, la llama se hacía incendio. Pero si había que estudiar la lectura, casi se le apagaba.
Culpa de las letras, era. De las letras que le ponían la traba para enrendarle los pies.
La mamá decía:
—¿Ves? La M son dos montañitas.
La abuela decía:
—¿Ves? La u es igual a un pocito.
El papá decía:
—¿Ves? La e parece el rulo de la montaña rusa.
Y Candela se sentaba en un rincón para estudiar las letras.
Era entonces cuando se empezaba a achicar.
Más chica, Candela, más chica, más chica hasta ser más petisa que las hojas.
Más chica hasta que, solamente colgándose del hilo del señalador, se podía trepar a la lectura. Más chica que una hormiga y que una pulga. Tan chica que la m era la Cordillera de los Andes.
Entonces ella la quería escalar, pero recién iba mmm... tropezando con las primeras piedras, cuando se hacía de noche.
Al día siguiente se caía en el pozo de la u.
Uuuuu... se caía y, en el fondo del pozo, lloraba bajito hasta que, a la hora de la cena, salía flotando en el olor a arroz con leche.
Al otro día se trepaba a la montaña rusa y, en la vuelta del rulo de la e, quedaba cabeeeeeeeza abajo... y vomitaba.
—Es que Candela tiene que practicar más, señora —decía la maestra.
Y la mamá la sentaba más tiempo a hacerse chiquitita, a escalar cordilleras y a caerse en pozos.
La llamita de Candela estaba casi sin llamita cuando una tarde, subida en la vuelta al mundo de una o, le pareció que se caía. Se caía del mundooooo... y apenas si alcanzó a enganchar un pie, estilo trapecista, en la letra de al lado.
Pero después enganchó el toro. Y una mano. Y la otra. Y se sentó en una letra bastante parecida a un tobogán. Se sentó y zzzzzz... Candela bajaba el tobogán de panza, pero también de cola. Con la llamita, lo bajaba.
Así, en la cuarta o quinta resbalada, dio una vuelta carnero, pegó un salto distinto, quedó flotando... y voló. Livianita, voló Candela.
Voló bien por arriba de la lectura.
Desde allí se veían los paisajes con ruidos, con olores. Vio paisajes inquietos. Vio ríos que caminaban. Y caminos que se andaban riendo.
Entonces dobló un poquito la cabeza y su vuelo cambió de rumbo. Movió una pierna y dobló de nuevo. Se inclinó hacia adelante y bajó unos milímetros. Se puso de costado y voló en redondo.
Voló, voló en redondo.
Así con la nariz hipnotizada, siguió girando, girando, ando, ando... hasta que tuvo ganas de aterrizar.
Zzzzzz... zzzz... zz... z. Y se posó Candela.
Se posó y encantada, muy encantada se puso a patinar sin patines, como patinaba Paula cuando no se le enredaban los pies.
Será por eso que esta vez empezó a agrandarse.
Más grande. Más, más grande hasta que tuvo el libro entre las manos.
Y vio en el libro, el dibujo de un plato lleno. Del plato salía humo con olor a canela.
Entonces tuvo ganas de hundir un dedo para probar. Y su nariz sintió tantas cosquillas que casi hizo ¡aaatchís!
Por eso, toda llama y todo incendio, pegó un salto gigante y gritó:
¡ARROZ CON LECHE!
¡ARROZ CON LECHE, miren!
¡ARROZ CON LECHE, dice acá!
Y ese fue el día en que Candela aprendió a leer.

Fin.
Señora Iris: ¡La queremos y admiramos mucho!
Señora Iris: ¡Siga así!

¡Sigan así, queridos amigos y queridas amigas!

¡Los queremos mucho, queridos amigos!

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