sábado, 31 de octubre de 2015

Historia en conjunto: El amo de la isla.

¡Permiso! ¡Buenos días, buenas tardes o noches, chicos y chicas! ¡Hola, chicos y chicas! ¿Cómo están? Queremos compartir junto con todos ustedes, nuestra primer historia escrita en conjunto. 

Queremos compartir y presentarles desde la Ciudad de Córdoba Capital, Argentina, junto con toda mi familia, con todos mis seres queridos, amigos, con cada uno de nuestros queridos, grandes, estimados escritores y estimadas escritoras; nuestra primer historia escrita en conjunto, que se llama: "El amo de la isla", queridos amigos.

Historia escrita en conjunto: El amo de la isla.

Edad para leer: A partir de los 18 años de edad (porque contiene un vocabulario adulto, no apto para menores).

Capítulo 1: Inicio.
Autora: Gissel Escudero.
La luz menguante del atardecer hacía cada vez más difícil correr a través de la espesura.
Queríamos llegar al bote, pero la maldita cosa que nos perseguía, fuera lo que fuese, se interponía entre nosotros y la costa. Encima, Raúl, no dejaba de chorrear sangre por el muñón del antebrazo cercenado, a pesar del torniquete.
―Vamos a morir ―Repitió él por centésima vez, como si ya no quedaran más palabras en su mente. Estaba muy pálido, de un blanco azulado y cadavérico. Las heridas de Agustín no eran tan graves, pero tampoco se vería mejor.
Llevábamos apenas tres horas en la maldita isla. Se suponía que debíamos encontrar un tesoro pirata (tal cosa había insinuado el anciano al regalarnos el mapa), pero en lugar de eso habíamos caído en una inexplicable trampa mortal.
El loro nos había seguido desde la playa, y se posó en una rama justo sobre en nuestras cabezas. Emitía un sonido muy parecido a una risa que me puso los pelos de punta.
―El amo se acerca ―Dijo a continuación. "Cuidado con el Amo", nos había advertido al desembarcar. Ojalá le hubiéremos echo caso.
El loro volvió a reír y dio unos saltitos en la rama, aparentemente feliz.
¡El Amo se acerca, el Amo se acerca! ¡Pronto enfrentaréis vuestra ruina... estupid...!
La piedra le dio al ave justo en la cabeza , derribándola. Había sido Nadia, poniendo en práctica su letal puntería. Sin embargo, incluso ella se veía asustada.
―Pájaro de mierda ― Murmuró―. Al menos así no dará nuestra posición.
Fue entonces cuando noté algo. Di un paso hacia el loro, que aún se movía, y lo señalé. Mi mano temblaba.
―Mirad ― Dije.
―El Amo se acerca ―Replicó el loro, débil pero no muerto. La sangre que brotaba de él era un color verdoso, y de su pecho roto asomaban piezas de metal.
La cosa no identificada estaba cada vez más cerca.

―No es el Amo― Explicó el loro justo antes de prenderse fuego. Los demás volvimos a correr, y yo tuve la certeza de que no lograríamos escapar con vida de aquél lugar.

Capítulo 2: Entre el miedo y la amistad.
Autor: Erasmo Martínez Perera.
No obstante el instinto de supervivencia nos hizo segur huyendo a los ocho integrantes de <<la expedición que nos habría de convertir en millonarios>>, sorteando con muchísimas angustias la enrevesada floral tropical de la isla, con la intención de llegar a cualquier lugar donde pudiésemos encontrar algún tipo de ayuda. Estando agobiados por las picaduras de una andana de zancudos que nos emboscaron, en el momento que atravesamos un bosque de manglares con raíces aéreas, Raúl se cayó al enredarse con una de ellas y se golpeó el muñón comenzando a retorcerse del dolor pidiendo que lo dejásemos morir, además no tenía fuerzas para seguir caminando.
Todos nos miramos sin saber qué hacer, ninguno de los presentes estábamos acostumbrados a ser héroes, por lo que de momento, y por las caras de la mayoría, comprendimos que un poco de cobardía de nuestra parte no estaba mal y, que Raúl podría tener razón de no querer convertirse en un lastre para todo el grupo. Solo Adrián no estaba de acuerdo y le dijo que lo olvidara, que jamás lo dejaríamos, intervención que llenó de valentía a la novia venezolana de Raúl que se arrodilló ante el herido tratando de incorporarlo y se desahogó diciendo:
―¡Dios mío! ¿Cómo nos puede estar pasando esto? ―, mientras le espantaba los asquerosos mosquitos de la nueva sangrante herida.
―Déjame aquí, ya no puedo más ―dijo Raúl.
―Estás loco, nunca te dejaré. Ya verás cómo saldremos de esto y cuando todo pase formaremos la familia que siempre quisimos ― le contestó Nadia.
―No puedo más.
―Claro que puedes amor ― insistió ella y trató de levantarlo del suelo.
A la escena se sumó Adrián que es fuerte y valeroso, terminando de incorporar a Raúl, que de ahora en adelante continuaría al lado de su novia y del bondadoso Adrián. Seguimos avanzando sin ningún norte y por momentos parecía que teníamos algo de paz.
―Tal vez era verdad que el fulano loro era el que daba información que permitía atacarnos ― dijo Andreína, la otra chica del grupo, en un breve momento del descanso.
Entonces, de en medio de los manglares y de las uvas de playa, apareció un viejo de aspecto descuidado, con el pelo blanco y largo, el cual llevaba recogido en forma de cola de caballo, que con el sigilo de una persona que estaba acostumbrada a pasar su vida escondido dijo:
―Síganme...

Capítulo 3: Secretamente aquí.
Autor: Nico Estevelle.
Al oír a aquel viejo, en ese preciso momento, comenzamos a mirarnos de reojo los unos a los otros, dudando si hacerle caso. Tampoco teníamos muchas más alternativas.
―De acuerdo ―dijimos con un tono unísono todo el grupo, y avanzamos junto con el señor hacia una de las antiguas cuevas que se encontraban a no muy lejos de la playa.
―Dejen a su amigo acostado aquí para que descanse.
Cuando al fin lo acostamos a un lado en esa lúgubre y gélida cueva, de inmediato notamos que estaba helado por la espalda, seguidamente acompañado por una tos convulsiva que no le dejaba casi ni hablar con el resto de los chicos.
―¡Traigan un poco de agua, por favor! ―pidió una de las chicas del grupo, con la intención de llegar casi hasta el mar para traérsela en una botella de plástico de una marca industrial muy importante.
―¡No! ―dijo alzando la voz el señor, mientras que todo el grupo observaba cómo dentro de una parte de un coco había agua con cierto tono lechoso.
La mirada del señor, era una mirada mitad serena y a su vez aterrada.
―¡Aquí tengo para su amigo! ― replicó extendiendo su mano derecha con el coco hacia una de las damas, para que se la pudiera dar al sediento Raúl.
Rápidamente, y después de que cada uno de los integrantes del grupo escuchamos la última palabra del enigmático hombre, se produjo un silencio. Un silencio sepulcral, acompañado con unas inesperadas y fuertes ráfagas de viento con arena, que se presentaron a los pocos instantes, como dándonos a todo el grupo de la isla un aviso, una advertencia, que uno o varios miembros del grupo, corríamos peligro de no llegar con vida a nuestros hogares.
¿Qué estaba pasando? ¿Cómo o por qué se produjeron esas violentas y fuertes ráfagas de viento? ¿Eras estas y otras preguntas las que nos hacíamos todos, mientras que una de las chicas, al voltear su mirada hacia atrás, observó cómo a nuestro alrededor, aquel señor que nos había llevado a su caverna, había desaparecido... ¿Dónde estaba aquel señor que nos había ayudado?

Capítulo 4: Bajo tus pies.
Autor: José Salieto.
―No me gusta esto ― dije mientras buscaba al viejo con la mirada, sin encontrarlo―. ¿Quién es este hombre? ¿Por qué nos ha traído hasta esta cueva y luego desaparece? ¿Por qué se negó a que le diéramos otra agua que no fuera la que llevaba en ese coco?
―Quien quiera que sea nos ha ayudado, ¿no? ―dijo Blasco, que hasta ahora se había mantenido al margen de dar opiniones.
―No deja de ser un extraño en un lugar extraño. Yo no me fío de nada ni de nadie más allá de nosotros.
―¿Qué es eso? ―dijo Nadia―. Ese temblor...
Todos escuchamos atentos y, efectivamente, se notaba un temblor en la tierra, de forma intermitente. Luego se hizo más intenso. No era un temblor de tierra normal. Era como si se convulsionara por dentro. El suelo comenzó a ondularse bajo nuestros pies, como si algo la removiera desde su interior. Gritamos asustados y de pronto, todo se detuvo y se quedó en silencio.
Nos miramos preguntándonos qué pasaba. Y sucedió entonces, sin previo aviso. Raúl, que se había puesto en pie asustado al sentir el temblor, se hundió hasta las rodillas en la tierra, con un grito de terror.
―¡Socorro, me hundo!
Adrián, Blasco y yo, nos lanzamos sobre él para cogerlo y sacarlo de allí. Raúl gritaba preso del pánico, su novia Nadia gritaba también horrorizada y los demás no sabían qué hacer para ayudarnos.
―¡Me está mordiendo, me está mordiendo...! ―gritaba Raúl.
A tirones logramos sacarlo. Tenía los pies despedazados y le sangraban mucho. Gritaba de dolor.
―¡Tenemos que salir de aquí! ― ordenó Jorge, el otro componente de los ocho del grupo.
―¡No podemos dejar así a Raúl― decía Adrián.
―¡Es él o nosotros!
Me dirigí hacia Jorge furioso.
―¡Nadie va a abandonar a nadie!
Y durante aquellos cinco segundos que abandonamos a Raúl para discutir entre nosotros, este volvió a gritar aún más desgarradoramente que antes, al tiempo que el suelo volvía a convulsionarse bajo nuestros pies. La tierra se lo tragó esta vez hacia la cintura. Entre los gritos histéricos de todos, luchamos por sacarlo de allí, hasta que al final, tras tirar de él con todas nuestras fuerzas, caímos hacía atrás llevándonos con nosotros lo que quedaba de Raúl: solo la media parte superior de su cuerpo. El resto eran unos repulsivos jirones de carne destrozada por lo que parecían dentelladas colosales. El suelo se detuvo. Nadia sufrió un ataque de histeria y Agustín y Andreína se pusieron a vomitar.
―¡Dios mío! ― exclamó Jorge aterrado apartándose instintivamente de los restos de Raúl.
Fuera, se oía a aquella cosa que nos había perseguido desde la costa acercándose hacia nosotros.
―¡Estamos atrapados! ― exclamó Agustín.
―Si el loro dijo que esa cosa no era el Amo ― comentó Adrián―, ¿lo será esa otra que hay bajo la cueva?
―O el viejo― puntualicé yo―. ¿No sería esa agua del coco la que atrajo a eso que se ha comido a Raúl? Y si lo que hay ahí debajo se mueve por debajo de la cueva, también puede hacerlo por debajo de cualquier otra parte.

Capítulo 5: Ojos destellantes.
Autor: Henry G. Aguiar Sánchez.
―Él, él también bebió el agua del viejo― temblorosa señalaba Andreína y se apartaba sin disimular hasta el otro extremo chocando contra Blasco.
Todos nos centramos en el asustado Agustín, quien infructuosamente intentaba limpiar de su boca el blanco y lechoso líquido con cierto tono amarillento que lo delataba. Seguido se volvió a escuchar un murmullo en lo más profundo de la cueva y echamos a correr hasta posicionarnos a cierta distancia de la entrada, era una noche muy clara, pero bajo la frondosidad de la isla, nuestra visibilidad era casi nula.
―Estamos muy lejos del bote ―subrayé, volvió a reinar un profundo silencio―, alejándonos de aquí y busquemos algún lugar donde pasar la noche.
―¡No! ― refutó Nadia, apoyada por Jorge y Blasco―, tenemos que largarnos ya de esta maldita isla.
―Yo no pienso regresar ahora, esas cosas están por allí, quién sabe si esperándonos― respondió Andreína.
―Buscaremos donde pasar la noche, y mañana nos largamos ― insistí, ahora solo daríamos vueltas, y no sabemos que más hay por aquí rodando.
―¿¡Toda la noche aquí?! ¿¡En la intemperie?! ni de coña Samuel, no pienso esperar a que venga un bicho de esos y me trague vivo ― el tono de Jorge fue desafiante respondiendo a mi propuesta. La aparante calma fue interrumpida por un gruñido que se acercaba desde el bosque, se podía sentir cómo algo se movía detrás de la vegetación, teníamos los nervios a flor de piel. Adrián tomó la delantera y con gestos nos invitó a seguirlo en dirección contraria de ese algo que nos acechaba, todos con paso apresurado en la medida que la espesura y la oscuridad nos permitía. Pudimos salir a un claro donde la hierba nos llegaba por encima de la cintura y echamos a correr. Mirando de tanto en tanto para atrás comprobamos que esa cosa también había llegado al claro, lo delataba el movimiento de la hierba que venía en dirección a nosotros gruñendo y con respiración agitada, el pánico nos invadió por completo.
―¡Corran! ―gritó Adrián que seguía por delante―. ¡No se lo piensen y corran!
Sin tiempo que perder corrimos, al fondo se podían escuchar las olas romper contra la roca, aquello nos perseguía, Agustín que estaba malherido quedó rezagado, no dudé en ir por él y empecé a tirar con todas mis fuerzas mientras seguíamos corriendo, entonces:
― ¡¡¡Deteneos, deteneos ya!!! ― Adrián se dejó los pulmones en esa frase al mismo tiempo que araba en seco, Andreína que lo seguía de muy cerca de repente desapareció.
― ¡Auxilio! ―gritó colgada del acantilado al que habíamos llegado.
Adrián intentó llegar hasta ella, pero un rugido con dos ojos rojos y penetrantes subieron para dejarse ver y volver a desaparecer llevándosela entre sus fauces.
―¡¡¡No... noooo...!!! ―gritó Adrián y Nadia inmediatamente tiró de él alejándolo del acantilado.
En ese preciso momento otro par de ojos rojos destellantes tiraron de Agustín, también fui arrastrados unos diez metros hacia la hierba, y horrorizado comprobé que lo único de Agustín que yo seguía sujetando, era su brazo arrancado de cuajo del resto de su cuerpo.

Capítulo 6: El señor de las sombras.
Autor: Nemessis Onion.
―¡Malditos! ¡Malditos, déjenos en paz! ―gritó Adrián desgarradamente mientras se dejaba caer sobre sus rodillas derrubándose sobre sí mismo.
Aterrados, nos agrupamos junto a él y, abruptamente, parecía que el tiempo se había detenido. Una calma y silencio inquietante abrumó aquel desolado lugar roto solamente por los lamentos de Adrían:
―Malditos, ¡Déjenos en paz! ¿Por qué nos hacen esto? Déjenos tranquilos.
―¿Se han ido? ― murmuró Nadia, pero ninguno sabía que responder. En ese momento, una pequeña bola de luz apareció sobrevolando los matorrales rompiendo la apenas momentánea calma y reclamando el silencio del grupo. Atónitos, observamos cómo luz se acercaba, parece revolotear dejando una densa estela de humo negro a su paso.
―¿Qué es eso? Parece una bola de fuego ―dijo Nadia señalando el objeto.
―Sí, pero parece que carga algo ―replicó Jorge.
Cuando la bola de fuego se acercó lo suficiente, pudimos notarlo, ¡era el maldito loro! Era el mismo loro el que volaba hacia nosotros mientras ardía en llamas. Estando cerca, soltó la carga que llevaba entre sus garras, esta cayó rebotando justo frente a Adrián quién aún se encontraba arrodillado, era la cabeza de Andreína, sus ojos habían sido arrancados; pero no, ni era así, parecían haberse podrido en sus cuencas como quien observa de cerca una maldad tan oscura que consume la carne, la mandíbula había sido dislocada, y dentro de su boca se hallaba disertado su propio corazón aún sangrante. Adrián estaba impactado, no pudo siquiera acercar sus manos a aquel bizarro objeto aunque lo intentó.
Mientras en lo alto, con voz llena de odio, profirió el pájaro:
―¡¡¡Agárrenlos!!!
―¡Corran! ―grité. ―¡Corran!
En ese justo momento comenzamos nuevamente a correr, nuevamente a huir, nuevamente a la nada sin saber dónde ir. Las pisadas sonaban fuertes, nuestra respiración se notaba ya cansada y las sombras corrían tras nosotros implacables. Aunque clara, la noche comenzaba a cerrarse sobre nosotros, mientras corríamos logré notar cómo la oscuridad comenzaba a rodearnos casi como si yaciéramos bao la luz de un reflector.
―¡Ahí! ― gritó Blasco al ver a lo lejos una decrépita cabaña de campo. Las sombras que nos perseguían se acercaban rápidamente, podía verlas con el rabillo del ojo, sus formas humanoides y sus ojos rojos brillantes como fuego, ¿acaso no nos dejarían en paz? Adrián, cansado de huir tanto física como mentalmente, se detuvo de golpe y, mientras se llevaba las manos a las rodillas murmuró:
―Ya no, ya no puedo huir ― girándose hacia nuestros perseguidores, les gritó furioso: ¡Malditos, no les temo!
Al oír esto todos nos detuvimos y Jorge le suplicaba:
―Adrián, corre, estamos cerca de ese refugio, no lo hagas ― Pero Adrián permaneció erguido y desafiante hacia hacia las sombras y éstas se agruparon hacia su alrededor arremolinándose violentamente sobre él hasta mezclarse y adherirse a su piel. Los gritos de Adrián eran macabros, su agonía era evidente, las sombras arrancaban trozos de de su piel quemándola a su paso, en pocos segundos el cuerpo de Adrián se encontraba totalmente, despellejado, las sombras comenzaban ahora a integarse en su cuerpo con la consistencia de la brea. Su cuerpo se contorsionaba y deformaba monstruosamente hasta llegar a ser una repulsiva amalgama de carne y brea, la peste era atroz, aquella cosa, que antes era Adrián, se volvió hacia nosotros con la misma mirada, y esos ojos rojos que parecían estar en llamas.
―Apresúrense, vengan aquí ―nos dijo una vez más atrás de nosotros, era el viejo del coco. ―Vengan, entren rápido ― nos dijo mientras nos señalaba la entrada de la cabaña, pero al verlo, al ver bien el lugar, podía notarse que no era una cabaña, sino que eran las ruinas de lo que parecía ser una iglesia de culto, nos miramos los unos a los otros sin saber qué hacer. El viejo que posiblemente mató a Raúl, nos indicaba que que entráramos a aquel tenebroso lugar, mientras el grotesco cadáver de Adrián se nos acercaba peligrosamente.

Capítulo 7: La vieja iglesia.
Autor: Frank Spoiler Sánchez.
No nos quedaba otra y ordené (más que pedir) que hicieran caso al viejo y entraran rápidamente en aquella vieja iglesia derruida. Nadia me miró sorprendida, lo vi en sus grandes y hermosos ojos color violeta, en esos instantes también aterrorizados. Nunca me había visto así, (claro que hasta la fecha no sabía que yo estaba secretamente enamorado de ella y que por la amistad que nos unía nunca le había dicho nada), no, ella nunca me había visto con tanta fortaleza y determinación, ni en sus peores pesadillas. Los demás ni protestaron, sencillamente entraron y se acurrucaron frente a una vieja y destrozada escalera que seguramente, alguna vez habría llevado a un piso interior, tal vez hacia el campanario y que ahora apenas conservaba tres o cuatro escalones. Los miré con firmeza y decidido. Blasco, estaba sentado en el primer escalón, temblaba como una hoja al viento y mantenía un marcado gesto de incredulidad y de pavor en su joven rostro, su cabello rubio apenas ahora era una negruzca capa de hollín y lodo y sus ojos marrones brillaban afiebrados, a punto de la locura. Jorge, a su costado, no estaba en mejor estado que él, pese a tener un par de años más, ´más curtido y... ser moreno. Blasco contaba con veintitrés años y Jorge con unos veinticinco aproximadamente. Los dos eran sanos y fuertes, atletas y no precisamente de gimnasio. Aunque ahora solo parecían niños asustados.
―Samuel, Samuel, dios... no saldremos vivos jamás de aquí, ya... ya vienen, están ahí fuera... y Adrián, nuestro Adrián... los viene guiando.
Me aproximé a ella y la aparté abrazándola con cariño, estaba tranquilo, "algo", no sabía el qué, me había cambiado, por extraño que pudiera parecer hasta a mí, no tenía miedo... ahora sabía que no iba a consentir que nadie más muriera, todavía no sabía cómo lo haría pro esa seguridad me hacía estremecer... de orgullo. Lo que vi por aquella rendija me lo confirmó... Los ojos amarillos de Adrián, dios... ahora lo entendía todo, Adrián, nuestro fuerte, audaz, y valiente amigo, no fue más humano... ¡era una máquina!

Capítulo 8: Deus Ex Machina.

Autor: Ramón Escolano.

Eso me tranquilizó un poco, siempre sería más fácil “matar” a una máquina que a un “no muerto”, de clase que fuera. Estos siempre requerían de algún instrumental especializado, de algún conjuro… Por no hablar de los demonios, esos eran el súmmum en cuanto a deshacerte de ellos,. Una máquina sin embargo… Podía ser cuestión de maña, incluso de fuerza, pero estaba a nuestro alcance.

El ruido se hizo cada vez más audible, estaba claro que avanzaba hacia nosotros, y una vez más el viejo había desaparecido sin mediar palabra. ¿Sería él también una máquina? No lo parecía, de hecho, la cara que se ocultaba tras esa larga y grisácea cabellera y esa barba del mismo color me resultaba extrañamente familiar.

¡Samuel! ― La voz de Blasco me hizo volver de mis pensamientos―. ¡Deberíamos movernos! Cada vez están más cerca.

Era cierto, no debían estar a más de treinta metros. Tratamos de buscar otra salida que no fuera la puerta principal y, evidentemente tampoco la mutilada escalera. El aterrador ruido que hacía aquello que nosotros llamábamos Adrián y sus sombríos compañeros presagiaba una inminente captura. Pero yo seguía convencido de que no iba a ser así.

― ¡Mierda! ―exclamé al trastabillarme con algo que había en el suelo. Era una especie de argolla que estaba medio escondida bajo la suciedad acumulada por años de abandono. Limpié como pude el suelo que la rodeaba, que resultó ser del mismo tono grisáceo que el pelo del anciano. Tiré de ella con fuerza, aunque se abrió con una sorprendente facilidad. Era como la entrada de una especie de escotilla.

― ¡Por aquí! ― grité lleno de convicción.

― ¿Quieres que huyamos hacia abajo? ― preguntó Jorge―. ¿No has visto lo que hay por el subsuelo?

― ¿Tienes una idea mejor? ― respondí con una mirada apremiante.


Capítulo 9: El resplandor

Autora: Karina Delprato.

―No, no la tengo, tendremos que arriesgarnos. Vamos, bajemos rápido antes que nos alcance ― ordenaba Jorge nervioso e impaciente.

― Primero las damas― con un gesto miré a Nadia y extendí mi mano para ayudarla a bajar.

―No se ve nada, Samuel, está todo oscuro, tengo miedo. ¿Y si aparece un monstruo? ― Sus intensos ojos  mostraban terror, sus labios carnosos tiritaban del miedo.

―Yo no dejaré que nada te suceda, confía en mí ― mi mirada desnudó mis sentimientos hacia ella. La suya me mostró una complicidad por la cual comencé a sentir un escalofrío.  ¿Sentiría lo mismo que yo?

― ¡Vamos tortolitos!, ¡No hay tiempo! ¡¿Se olvidan que estamos arriesgando nuestra vida?! ¡Mueve el culo, Samuel!

Si no fuera por Jorge, me habría olvidado que estaba en esa situación  peligrosa y Nadia ya sabría mi secreto. Sin soltar su mano, bajamos la escalera. Detrás nuestro nos seguían Jorge y Blasco.
Todo estaba oscuro, el sótano olía a humedad. Miles de telas arañas quedaban impregnadas en nuestra ropa a cada paso que dábamos con miedo e inseguridad, ya que el suelo era de madera y no parecía estar en buenas condiciones. Recordé que había guardado una pequeña linterna en el bolsillo de mi pantalón. Eso nos ayudó a tener algo de visibilidad en ese sitio lúgubre. Al ir adentrándonos en el lugar, descubrimos partes de esqueletos humanos arrinconados por varios sitios.
El silencio me permitía oír la respiración de cada uno de mis compañeros, en especial la de Nadia, que venía pegada de mí, presa del pánico. Sus labios rozaban mi cuello sin darse cuenta  que moría por besarla. Un grito desaforado me quitó de sí. Comenzamos a correr pateando cráneos y a saber cuántas cosas más.

En ese momento nos encontramos con un estrecho pasillo.

― ¡No dejen de correr, muchachos!

La linterna apenas iluminaba, y de pronto, la oscuridad nos abrazó. La desesperación nos obligó a seguir corriendo hasta que, sin notarlo, caímos por un túnel sin fin…

― ¡Qué asco! ¡¿Dónde estamos, Samuel?!

El túnel había desembocado a un enorme y profundo barril lleno de un líquido lechoso, amarillento con un gusto dulzón. Cuando nos encontramos los cuatro ahí dentro vimos, entre la oscuridad, aparecer unas luces rojas acercándose hacia nosotros.

― ¡Silencio! Manténgase dentro del líquido―  susurrando, ordené a todos.

Tuve la intuición de que “esa cosa” no nos veía, ni nos podía percibir. ¿Sería el líquido del coco? ¿Por qué hay tanta cantidad? ¿Para qué, y quién lo junta?

Muchas preguntas sin respuestas. En ese momento, un ruido de bisagras oxidadas me dio la pauta que una puerta se abría lentamente. A los pocos segundos, un resplandor muy fuerte me encegueció.

Nuestro Adrián, se fue alejando, sin conseguir descubrirnos. Marchó hacia esa luz como si algo o alguien lo llamaran.



Capítulo 10: La invisibilidad.

Autora: María José Moreno.

Esperamos sumergidos en el líquido unos minutos hasta que el silencio se apoderó de la estancia.

―Creo que podemos salir― susurró Nadia, asomando la cabeza por fuera del barril, tras comprobar que no hubiera nadie acechando.

La obedecimos y nos fuimos incorporando poco a poco, con el miedo metido en los huesos. Seguro que todos al igual que yo se preguntaban cómo Adrián podía ser una máquina y qué era aquella luz que lo había atraído.

Salimos del recipiente pringados del líquido lechoso.

― ¿Ahora qué hacemos? Estamos empapados y aquí hace un frío tremendo― dije escurriéndome la ropa―. Además he perdido la linterna.

―Lo mejor es salir por donde lo ha hecho Adrián ― dijo Jorge mientras se separaba unos metros de nosotros.

―No te alejes Jorge― ordenó Blasco―. Vamos a cogernos de la mano y nos guiamos por la pared  hasta la salida.

Después de unos minutos, muchos tropezones y algún grito desesperado por parte de Nadia cuando le rozaban las telarañas, desembocamos en una especie de pasadizo con una abertura  por la que se colaba una luz y hacia ella nos dirigimos.

―Antes de salir deberíamos realizar una inspección. ¿Algún voluntario? ― pregunté.

Ninguno levantó la mano, nos asustaba regresar a la selva donde habíamos perdido a nuestros cuatro compañeros de expedición, donde un loro de fuego acechaba y nos delataba, donde la tierra temblaba y se comía a la gente.

―Iré yo ― dijo Jorge, armado de valor, pero que sepáis que no me pienso alejar mucho.

―Por supuesto― dijo Nadia―. ―Te estaremos observando desde aquí.

Jorge salió con mucho sigilo y cuidado. Lo vigilábamos sin perderlo de vista. En cuanto le dio la luz del día desapareció.

― ¿Qué ha pasado? ― preguntó Blasco.

―No lo puedo creer ― se ha esfumado delante de nuestros ojos. Yo no salgo ni muerta.

Intenté tranquilizar a Nadia. Le eché el brazo por encima y me la llevé a un rincón mientras ella lloraba sin consuelo y despotricaba del pegajoso líquido que la envolvía.

No había transcurrido ni cinco minutos cuando escuchamos la voz de Jorge que anunciaba que no había peligro fuera al mismo tiempo que entraba al pasadizo.

―¡¡¡Jorge!!! ― gritó Blasco―. Creía que te habíamos perdido y aquí estás sano y salvo y, lo mejor, te vemos.
 ― ¿Cómo? ¿Estás tonto?

Al grito de Blasco acudimos corriendo y nos abrazamos a Jorge felices y contentos de que no le hubiera pasado nada.
―Ya sé que soy vuestro héroe, pero no es para tanto. No entiendo esta alegría.

Le expliqué  cómo lo perdíamos  de vista al darle la luz y él extrañado contó que no había sentido nada, ni se había dado cuenta de eso. Después de hablarlo entre todos y de algunas comprobaciones descubrimos que el líquido lechoso del coco, del que nos habíamos impregnado, nos hacía invisibles a la luz del día.

―Ahora podremos movernos a nuestro antojo por esta maldita selva y buscar la manera de salir de esta endemoniada isla ―anuncié.



Capítulo 11: Muerto de miedo y de sed.

Autora: Inma Flores.

― ¡Pues salgamos lo más antes posible de aquí! ― ordené a todos, mientras me sumergía en los violáceos ojos de Nadia, que no paraba de buscar los míos.

―¡¡Sí, salgamos!! Esos horribles monstruos no podrán venos en plena luz, pero debemos tener cuidado cuando nos adentremos en las sombras, no debemos pasar debajo de ningún árbol que apenas deje traspasar los rayos de sol― auguró Blasco, preocupado por si nos podían encontrar a cielo abierto.

― ¡Pues démonos las manos y salgamos corriendo! ― fue lo que acertó a comentar la dulce Nadia.

―Mejor que lo hagamos de dos en dos, ¿no cree Samuel? Así seremos más ágiles al correr― preguntó Blasco.

―Buena idea― aseveró Jorge.

En ese instante yo ya tomaba de la mano a Nadia, por lo que Jorge y Blasco hicieron lo propio. Sin esperar un solo instante comenzamos a correr campo a través.

Jorge, que iba  en primer lugar, de la mano de su compañero, intentó buscar siempre los lugares más soleados, evitando en todo momento pasar debajo de cualquier árbol demasiado frondoso.

Teníamos la certeza de que al menos seis ojos nos observaban, nos sentíamos acorralados, pero ni un instante  dejamos de avanzar en más de cuatro horas, hasta llegar a un riachuelo.

Todos estábamos secos, demasiados secos como para evitar meter la mano en el agua para poder beber.

―¡¡¡Cuidado!!! ― les grité intuyendo lo que todos queríamos hacer―. ¡¿Si nos mojamos, no perderemos la protección que nos ha dado el agua de coco!?

Todos me escucharon atentos, lo supe por el silencio que reinó por unos segundos hasta que mi frase llegó a sus asustados cerebros, y pude sentir el pánico en sus agitadas respiraciones.

― ¿Quién se va atrever a coger el agua? Si nadie lo hace, moriremos igualmente, aunque sea de sed― preguntó Nadia, con voz de perplejidad, para acto segundo decir si nadie lo hacía, lo haría ella.

―Tranquila ― dijo Blasco―. ¡¡¡Mirad esas cañas!!! Las utilizaremos para tomar el agua desde el mismo río.

En ese instante mi mirada se iluminó y seguro que la de los demás también.

Blasco tomó una navaja de su bolsillo mientras se acercaba al pequeño cañaveral, sus pasos lo delataban, cogió una caña un poco gruesa, la cortó y acto seguido hizo lo mismo con una de menor diámetro. Tomó ágilmente la más fina y le formó una punta, para acto seguido introducirla en la más gruesa y dejarla completamente libre de fibras con la finalidad de poder aspirar mejor el agua del río a través de ella y no desprenderse de la protección del agua de coco.



Capítulo 12: Puente de ánimas.

Autora: Ana Saavedra.

Mientras todos saciaban su sed, tuve que forzar mi mente a mantenerse fría y concentrada. Faltarían unas cuatro horas para el anochecer y para ese entonces deberíamos estar en algún lugar seguro… ¡Maldita isla! ¡Cómo pudimos caer en la ambición y dejarnos convencer por Jorge al decir que hiciéramos caso a ese viejo decrépito y su mapa!

― ¡Algo se acerca! Sigamos caminando lo más sigilosos para evitar que el ruido nos delate― dijo Blasco con un hilo de voz, sacándome por completo de mis cavilaciones.

Transcurrió aproximadamente un cuarto de hora sin ninguna novedad. Por primera vez tuvimos todos, y en silencio, oportunidad de apreciar con detalle lo que nos rodeaba… Había algo extraño en cada elemento de esa copiosa vegetación enmarañada, en algunos lugares sin sentidos ni lógica. Pude notar también que algo en el ambiente no correspondía del todo a una isla tropical. Pensé que sería la presencia dañina de esos seres infernales.

― ¿Se dan cuenta? ― murmuró Nadia detrás de mí―. Durante todo este tiempo, nos ha acompañado el silencio… Me refiero a que… No se escucha ningún sonido, no he oído ningún ave, es como si… simplemente aquí no existieran.

― ¡Eso es! No hemos encontrado a ningún ser vivo salvo a ese viejo enigmático― solté de pronto sin poder contener mi asombro―. Seguramente esas criaturas detestables acabaron con todo― completé apesadumbrado.

― ¡Hey… creo que no les va a gustar esto! ―anunció Blasco, y en su tono denotaba el terror que estábamos a punto de compartir.

―Ese es un árbol de “Hala” ― dijo contenta Nadia, botánica de profesión―. ¡Su fruto es comestible, Blasco! Quizás tengamos esperanza de pasar el día.

―Creo que no se refiriendo a eso, Nadia― apresuró Jorge, al tiempo que todos vimos una fruta levantarse del suelo e ir a parar a o que suponíamos que era su boca.
El espectáculo era dantesco. Detrás del enorme árbol se vislumbraba un puente desfigurado, de un color carbón que desentonaba por completo con el verde intenso de la vegetación que lo rodeaba. Los pilares que lo sostenían, sin embargo, lucían fuertes, sin signos de deterioro. Al acercarnos… ¡Cientos de cráneos de animales innombrables eran los que formaban esas pilastras! La tierra era negra en todo el contorno.

― ¡El puente de ánimas! ― susurró Jorge, sin percatarse que todos fuimos capaces de escucharle.

― ¿De qué demonios estás hablando, Jorge? ―descargó furioso Blasco.

Entonces, escuchamos otra voz proveniente de abajo del puente… Nuestros ojos se desorbitaron hasta encontrar al responsable.

― ¡Agustín! ¡¿Cómo es posible?! ―gritamos todos presas del asombro ante lo inconcebible de la presencia de Agustín, que seguramente había hecho un torniquete en donde antes estaba su brazo, pues lucía jirones de ropa mal anudados.

― ¡Anda Jorge!... ¡Confiesa a todos por qué nos trajiste a esta trampa mortal!... Ya es tiempo que aceptes que todo es parte  de un plan, que no te importó vender nuestras vidas― chilló Agustín  presa de un arranque de rabia―. ¡Sí, sé que están allí! Pude escucharlos a pesar de que no los ve… Seguramente eso  lo tenías también contemplado Jorge… ¡Maldito malnacido!




Capítulo 13: Jorge, el traidor.

Autor: Ricardo Corazón de León.

Jorge, sintiéndose acorralado, balbuceaba, y miraba alrededor en busca de una vía de escape. Nosotros, siguiendo el movimiento de sus pasos agitarse, expectantes, lo rodeamos.

―¿Qué quiere decir Agustín? ¿De qué habla? ― dije gritando loco de furia.

― Eso, eso, di... ― coreaban el resto de mis compañeros.

Viéndose cercado y pillado, escuchamos cómo se desplomaba, lloraba e hipaba sin contención. Nada decía coherente y parecía mucho más asustado de otra cosa que de nosotros. Se revolvía en todas direcciones, como mirando a su alrededor, y volvía a llorar y gritar.

De este modo, estaba claro que de él no íbamos a sacar nada y el pobre Agustín necesitaba ayuda urgente.

―Quedaos con él, Blasco y Nadia. Que no se escape ese hijo de puta hasta que sepamos a qué atenernos. Voy por Agustín que está malherido y puede que nos lo pueda explicar ― dije, mientras me dejaba escurrir, agarrándome, a las calaveras de múltiples animales y humanos, que formaban una de las columnas del puente en el que ya estábamos.

―Ya bajo, amigo, resiste un poco más ― intenté dar a mis palabras una esperanza que no tenía―. ¡Agustín ya estoy aquí! ― y tras evitar matarme en varios tropezones, llegué donde estaba mi amigo y lo cogí en mis brazos, casi desmayado.

Su aspecto era deplorable. No creo que pudiera durar mucho más. Se había desangrado lo suficiente como para necesitar varias transfusiones y su muñón en el hombro, aunque cubierto de trapos, olía a podredumbre y a carne pútrida. Le levanté el torso y la cabeza para darle un poco de agua de, una pequeña cantimplora que guardaba bajo mis ropajes impregnados del líquido lechoso, la misma que con mucho esfuerzo logré llenar con las cañas que cortó Blasco, abrió los labios y sorbió. Cuando tragó respiró hondo y con gesto de dolor, con su única y maltrecha mano, palpó mi cara diciendo:

―Sí, eres tú, sé que muero, Samuel, no intentes negarlo, no hay tiempo― decía atragantándose continuamente. De su boca empezó a manar sangre. ―Esa rata asquerosa nos ha vendido a todos ― se interrumpió para respirar y toser y continuó―: A cambio de seis mil euros y de su vid. ¡Sabía que todos íbamos a morir! No le dejéis que...― fueron sus últimas palabras, antes de ladear la cabeza exanguinado y roto, como un títere.

― ¡Agustín! ¡Agustín! No nos dejes, amigo. Te vengaremos, te... ―mientras, lo acunaba para darle el último abrazo―. No merecía haber muerto así, ni ninguno de nosotros. ¡Esa rata cobarde! ¡Juro por Dios que me lo cargo! ¡¡¡Jorge!!! ― grité con todas mis fuerzas―. ¡Estás muerto cabrón!

En ese momento miré con el puño alzado, a los compañeros de arriba. Habían sido silenciosos espectadores de lo acontecido. Seguido escuché a Nadia que lloraba de forma desesperada, sin histerias ni aspavientos , solo una lágrima tras otra, un gemido tras otro. A Blasco también lo escuché sollozar ante la muerte de nuestro amigo.

― ¡Nadia, Blasco! ¿Dónde está Jorge? ¿Lo tenéis? ― Sentí su asombro, entonces unos pasos, los de Jorge, echaron a correr hacia el otro lado del puente, con una gran ventaja ya― ¡Id tras él!― Pero al darme cuenta de que nos separaríamos irremediablemente di contra orden―: ¡Esperad, Nadia, Blasco, esperad! ¡No quiero que nos separemos! ― chillaba mientras mis piernas volaban para alcanzarlos.

― ¡Coge mi mano, Samuel! ― me ofrecían Nadia y Blasco al sentirme cerca de ellos y ayudado por los dos me hice y me derrumbé sobre el puente, mientras les ponía en antecedentes.

Nada más recuperado el aliento, volvimos a correr en la dirección que Jorge había tomado, esperando salvar la vida como él y, creo que sobre todo, vengarnos por el daño infringido.

A medida que recorríamos el puente, cruzábamos de parte a parte el foso de los muertos y delante de nosotros se extendía una bruma blanca que nos impedía ver más allá de nuestras narices. Disminuimos el trote y nos cogimos de las manos, instintivamente.

Sorprendidos además, al ver que dejábamos de ser invisibles, era la bruma, que inutilizaba el efecto producido por el pringue lechoso.

De pronto, el puente sobre el que estábamos empezó a sacudirse de nuevo y un estruendo y un fragor insoportable emergió de la nada y nos rodeó por completo. A dos pasos vimos el final del puente, lo que nos permitía la niebla espesa, y saltamos.

A este lado del puente se temblaba igual, nos agarramos a los árboles para no caer. Todo se agitaba, los árboles, la tierra, y nosotros, sacudidos como si alguien nos estuviera aplastando contra el suelo. El ruido insoportable se acrecentó y alucinados contemplamos cómo la isla entera o lo que lográbamos ver de isla estaba separándose del mar. ¡Estábamos en el aire ¡Volábamos!

―Pero ¿Qué es esto? ― gritaba Nadia―. ¿Qué clase de broma macabra es esta? ¿Quién lo hace?

―No me lo puede creer ― vociferaba Blasco―. Estamos en... en... No puede ser, no..., no... ¡Estamos en una nave extraterrestre! ¿Dónde nos llevan? ¿Quiénes son? ― Y al tiempo que él hacía la última pregunta, en un tono lastimoso, el ruido cesó por completo y volvimos al silencio espectral que dominaba toda la isla desde que llegamos. Silencio que solo me rompía por los monstruos que nos perseguían o por nosotros mismos.

También cesó la sensación de aplastamiento contra el suelo. Nos miramos sin comprender.


Capítulo 14: Un viaje al vacío.

Autora: Isabelle Levais.

La niebla se iba apartando a nuestro paso mostrándonos el camino que teníamos que seguir, el silencio que nos rodeaba era aterrador y sin dejar de caminar yo iba intentando ordenar los sucesos ocurridos para tratar de entender todo lo que había sucedido. Tenía que sacarlos de aquel infierno con vida.

A pocos pasos de nosotros, oímos un grito ahogado, un golpe seco, y el ruido de algo que caía al suelo. Nos quedamos quietos y hasta dejamos de respirar intentando cobijarnos en algún sitio, pero la niebla no nos permitía  ver nada más allá de un metro. Tiré de ellos hacia la derecha saliendo del camino que nos marcaba la extraña niebla y topé contra una pared,  nos acurrucamos a esperar en silencio y agachados.

Justo en el lugar donde estábamos hacía un instante, se comenzaron a dibujar unas siluetas deformes, que se iban haciendo más nítidas a medida que se iban acercando hacia nosotros. Se oían tenues pasos y algo que se arrastraba. Las siluetas se iban definiendo poco a poco.

Se intuían dos seres, uno de ellos y que iba delante era una figura humana, la otra era una sombra deforme y mucho más ancha cuyos movimientos estaban desacompasados, se arrastraba. me recordó a una babosa enorme.

Nuestras manos se apretaron  y seguimos en silencio.

La primera figura ese paró, era una mujer y con un susurro se volvió hacia el otro ser.

―Me ha parecido escucharles, deben estar escondidos, quizás nos estén viendo, traed a ese impresentable.

La babosa gigante se acercó lentamente, y nuestros ojos se abrieron de par en par. Eran un chico y otra chica y lo que se arrastraba era Jorge que inconsciente era arrastrado por ellos. Lo soltaron a escasos centímetros de nuestros pies cayendo de bruces al suelo.

―Amigos, tengo un regalito para vosotros― dijo la primera chica.

Me levanté inmediatamente y con furia al ver a aquel indeseable allí mismo, tenía que matarlo y no pude contenerme. Me daba igual quiénes eran aquellas personas, estaba demasiado enfadado para que me preocupase aquella insignificancia.

Intentaron detenerme cunado me abalancé sobre Jorge y de pronto me encontré sujeto, por mis amigos y los nuevos que trataban de separarme del cuerpo inerte del traidor al que tenía sujeto por la cabeza. Intentaron tranquilizarme, todo ocurrió en silencio y en unos segundos estaba contra el muro de nuevo. Unos ojos verdes y enormes se pusieron a la altura de mi cara y como una mano me tapaba la boca. Enseguida comprendí y asentí con la cabeza, relajando mi cuerpo dejando de poner resistencia.

Se oían pasos que se acercaban y con una señal nos indicaron que les siguiésemos, recogieron a Jorge del suelo, sin arrastrarlo, y a pocos pasos lo lanzaron por un agujero y seguido se lanzaron ellos. Ni siquiera lo pensamos, no había opción, sabíamos de quiénes eran los pasos que se oían y nada podía ser peor, así que nos lanzamos al vacío.

Lo que al principio era tierra y piedras, a pocos metros se convirtió en un tobogán metálico por que el que nos deslizábamos a gran velocidad y llegando hacia cierto punto, la mancha se ralentizó hasta llegar al fondo y caer suavemente en una burbuja dorada y mullida que nos arropó para no sufrir ningún daño y con suaves movimientos nos depositó en el suelo.

El único que seguía suspendido en la burbuja era Jorge, que parecía volver en sí poco a poco mientras unos tentáculos recorrían su cuerpo y hábilmente le desnudaron en pocos segundos. No podíamos dejar de mirar el espectáculo, allí estaba suspendido como un pelele de trapo al antojo de aquello que parecía examinarlo. Los tentáculos se introducían por todos sus orificios  y cuando volvió en sí todos se retiraron a la vez.

Su expresión era de perplejidad, no entendía nada, entonces nos miró y comenzó a hablar.

―Lo siento amigos, no sabía que esto iba a pasar, pero ha elegido, sois los elegidos, a mi no me quiere...

Un tentáculo se introdujo de nuevo en él, los ojos se salieron de sus órbitas y estalló desparramándose por toda la burbuja, que perdió su color dorado para volverse rojo sangre. Se hizo opaca y en unos instantes volvió a ser transparente, no había rastro de él.

Nos miramos perplejos, había sucedido todo tan rápido. Se presentaron, primero, la morena de ojos verdes, se llamaba Ana, llevaba el pelo recogido en una coleta y un cuerpo escultural. Los otros dos eran Rebeca y Óscar, rubios y cuerpos atléticos, los tres parecían modelos, guapos, bellos y sanos. Llevaban allí unas tres semanas, Ana nos explicó que Jorge había programado aquel viaje, le conocían del gimnasio y que todos sus compañeros había muerto excepto ellos tres. Habían conseguido sobrevivir desde que se escondían en aquel agujero, por el cual cayeron cuando les perseguían, pero que nunca se había comportado como aquel día, ni era así, tal como veíamos, era una simple cueva.

Al decir aquello, comenzamos a mirar a nuestro alrededor, un cubículo metálico que nos reflejaba a todos, Nos quedamos boquiabiertos al darnos cuenta de lo que veíamos. Seis humanos perfectos, tres machos, tres hembras, en edad de reproducirnos. Estaban construyendo una granja de humanos, éramos los elegidos y nos llevaban a su planeta.



Capítulo 15: Piratas del espacio.

Autor: Erasmo Martínez Parera.

Estaban construyendo una granja de humanos y nos llevaban a su planeta. A continuación, encerrados en el espacio cubículo, de paredes parecidas al acero, sentimos que éste, comenzaba a desplazarse a través de la nave como si fuese un ascenso o elevador, hasta que se detuvo y las paredes desaparecieron. En los dos últimos días habíamos pasado por situaciones aterradoras, dolorosas, tan diabólicas fueron, que de ocho personas jóvenes, y saludables de las que constaba de nuestra expedición, tan solo quedábamos tres, más los tres nuevos, y aún no sabíamos qué es lo que estaba ocurriendo, pero cuando las puertas del cubículo desaparecieron, nuestra capacidad de asombro casi estuvo a punto de colapsar.
Atrás quedaron las imágenes aterradoras llenas de oscuridad, lo que veíamos enfrente jamas llegamos a esperarlo. Era la cubierta de la nave completamente iluminada, por donde parte de la atareada tripulación caminaba centrada en sus quehaceres. Algunos humanoides, pero la gran mayoría, poseían diversas fisonomías, parecidas a nuestros animales pero siempre bípedos, erguidos y con extremidades superiores terminadas en manos. Los extraterrestres que nos recibieron, creo que les parecimos feos por la forma repulsiva con que nos miraban. Estos eran cuatro individuos de diversas estaturas; uno parecía un extraño simio, de un metro cincuenta aproximadamente, vestido con traje metalizado, como todos los demás en la nave, otro parecía un lagarto sin rabo, y los otros dos tenían aspecto de aves. El que parecía lagarto se echó a reír mientras señalaba a su compañero simio y nos veía a nosotros. Estábamos seguros, que le indicaba a su amigo que se parecía a nosotros, esto a los demás extraterrestres también les causó gracia y empezaron a reírse. La situación enfureció al simio que sacó una especie de pistola y se la puso en la cabeza al lagarto, que asustado le pidió perdón por la broma. Los cuatro individuos nos pidieron  que los siguiéramos y entre sujetos de malas caras caminamos hasta llegar a una sección de la nave donde pudimos asearnos para luego darnos agua y comida.

―Lo ven ―dijo Blasco mientras comíamos―, toda la isla era realidad virtual, nada de lo que vimos era cierto.

―No todo fueron ilusiones ópticas ―argumenté, en mi mochila aún conservo dos botellas de agua.

―Lo mismo yo ― dijo Nadia.

Pero mientras nosotros tratábamos de explicarnos la situación, en la sección de mando de la Rata espacial, como también era conocida la nave donde ahora éramos cautivos, pasaba lo siguiente.

Alrededor de una pulida mesa  de metal, el sanguinario, osado y despiadado capitán Moordún, con el loro metálico, ya restaurado, sobre uno de sus hombros, conversaba con tres sombras  con formas humanas. Eran tres almas en pena de ojos rojos que una vez pertenecieron a científicos que unieron sus conocimientos para crear armas mortíferas que fueron probadas en civilizaciones que consideraban inferiores y las destruyeron. Por un tiempo pudieron evadir la justicia, pero fueron atrapados y enviados al planeta de las almas perdidas, de donde supuestamente jamás saldrían, pero de allí fueron rescatadas por el capital Moordún, con la condición de que trabajaran para él cediéndoles sus descubrimientos científicos, a cambio de los cuales El Capitán les daría sus cuerpos. Tales conocimientos de armas irresistibles, unido al espacio― tiempo para moverse cada vez más rápido, serían utilizados por Moordún para vengarse del planeta Orzun, donde murieron todos sus millones de habitantes. Como consecuencia del desaire, El Capitán se dedicó a fustigar al imperio, atacando sus naves espaciales para robarlas y a trabajar con civilizaciones inmorales en el contrabando de especies inteligentes, ya sea para esclavizarlas, o que sirviesen de ganado que alimentase las poblaciones. En eso estaba "La Rata del Espacio" en la tierra, capturaba a un grupo de humanos para ser llevados a un planeta inmoral donde habrían de multiplicarse por millones, a través de célula madre, para servir de comida a la población.

―Después de este encargo les daré su libertad ― les decía Moordún a las sombras―. Por cierto ¿Qué piensan hacer con su libertad?

―Martirizar a los terrícolas― dijo una de las sombras. Moordún, que era parecido al perro dios egipcio, se sonrió y le dijo a cada uno de sus oficiales: a toda marcha, rumbo a Andrómeda...


Capítulo 16: La otra cara de la isla.

Autor: Nico Estevelle.

―¡Aquí ninguna sombra martirizará a nadie! ―dijo con un tono de voz ruda, casi como un rugido, haciendo eco con sus pasos y dentro de esa nave espacial, una sombra que no parecía ser la de los extraterrestres―. Raza humana... ― comentó esta vez con un tono de burla―, Os matáis unos a otros en la mínima posibilidad, y os decís inteligentes. ¡Lo lamento! Pero no podemos dejar aún en libertad a estos humanos, no sin antes que trabajen en las civilizaciones inmorales en el contrabando de especies inteligentes de verdad. Además, estos seres que hemos capturado, tienen ciertas habilidades― sin esperar réplica se retiró.

El comentario de aquel espécimen me dio que pensar, nos creían inferiores y con justa razón, siempre estamos engañándonos, criticándonos y matándonos unos a otros, y a todo lo desconocido simplemente lo demonizamos, y muy pocas veces le buscamos una explicación, y si el resultado es contrario a nuestras creencias o intereses, lo ocultamos, aunque eso implique seguir perjudicándonos como especie.

―¿Y los otros tres? ― pregunté a Nadia al percatarme que nuestros nuevos compañeros ya no estaban con nosotros.

―¡¿Qué otros, tres somos nosotros?! ― respondió Nadia sorprendida mirándome fijamente.

Empecé a buscarlos, estaban tan centrado en divisarlos, que no me di cuenta que Blasco también había desaparecido, entonces todo empezó a darme vueltas y caí de bruces, en mi poca consciencia sentí estar en medio de una calle atiborrada de gente, ¡ahora todos eran humanos otra vez! me incorporé y otra vez estaba dentro de la bendita nave.

―¡¡¡Pero qué coño...!!! ― grité y sentí como una mano tapaba mi boca, ¡era Blasco!, lo miré fijamente y su cara empezó a desfigurarse para convertirse en el capitán Moordún, ¡Delante de mis ojos!, no sé cómo me pude soltar, entonces Nadia empezó a reír como loca, la tripulación de la asquerosa nave se centró en mí, y se iban acercando poco a poco, mirándome, el puto loro asomó otra vez y sobrevolaba diciendo: <<El amo croaaa, el amo está cerca Croaaaa>>. De repente, sentí un golpe seco en mi cabeza y perdí el conocimiento.



Capítulo 17: El despertar.

Autor: José Salieto.

Un zumbido profundo me aturdía la cabeza, que fue remitiendo a mediad que iba despertando. me sorprendió verme tirado en el suelo, en penumbras, junto al enorme barril del líquido lechoso del coco. Estaba aún empapado y junto a mí también parecían despertar Blasco, Jorge y Nadia.

―¿Qué ha pasado? ― preguntó Nadia aturdida.

―No lo sé― respondí―. Lo último que recuerdo es que estábamos prisioneros  en esa extraña nave espacial...

―¿Nave espacial? ― se extrañó ella―. ¡Dios mío, recuerdo cuando la isla se sumergió bajo el océano hasta penetrar en el interior de la tierra y alcanzar las grutas del infierno, con todos esos demonios persiguiéndonos!

― ¿Qué? ― pregunté esta vez yo confuso.

―¿Qué demonios habláis de naves e infiernos? ― intervino Jorge.

― ¿No recordáis cuando entramos a Agustín bajo el puente, gritando que Jorge era un traidor? ―pregunté―. ¡Espera! ¡Jorge, no puedes estar vivo! ¡Yo vi como morías en una especie de burbuja...!  ¿Qué demonios es esto? ¿Qué está ocurriendo?

―¿Qué yo era un traidor? ― preguntó molesto Jorge―.  ¡A mí Agustín me dijo que el traidor era Blasco! Fue cuando vimos cómo el mar se convertía en un inmenso desierto de arena.

―¡Dios mío, esto es para volverse loco! ― exclamó Blasco―. Yo recuerdo que viajamos al pasado y estábamos rodeado de voraces velociraptores. Y a mí Agustín, me dijo que Nadia es la traidora.

―A mí me dijo que eras tú, Samuel― dijo Nadia mirándome con expresión confusa―. ¿Qué significa todo esto?

No supe que responder. Miraba incrédulo a Jorge. ¡Yo juraría que había muerto, lo vi con mis propios ojos! Entonces me entró la duda. ¿Lo vi o solo creí verlo?

―Cada uno hemos vivido una historia diferente...― reflexionaba en voz alta―. Creo que está claro ― dije asomándome al barril―. ―Este mejunje debe contener algún tipo de substancia alucinógena y nos hemos pegado una buena borrachera.

―¡Joder...! ― exclamó Blasco―. ¡Pues no ha tenido ninguna gracia!

― ¿Qué hacemos ahora? ― preguntó Jorge.

―Volver a la realidad ― respondí―. Y la realidad es que estamos en una puta isla que esta maldita, llena de monstruos por arriba y por debajo de ella, gobernada por un amo que aún no ha dado la cara, y que solo quedamos nosotros cuatro de los ocho que éramos al principio. Y estamos solos.


Capítulo 18: Laguna.

Autor: Henry G. Aguiar Sánchez.

Vi cómo una tenue luz se acercaba lentamente desde lo más profundo de esa cueva en la que habíamos caído,  con sigilo para que los demás no se sobresaltaran intenté ver de qué se trataba.

― ¡Dios mío! ― exclamé sin poder contenerme mientras señalaba―, es la salida, y al parecer ya amaneció, tenemos que salir de aquí.

― ¡No! ― gritó Nadia―. No sabemos lo que nos espera allá afuera.

―Si quieres quedarte aquí, nadie te dirá lo que tienes que hacer, pero yo me largo― Blascó objetó decidido a salir de aquella cueva.

Todos estábamos pringados de es líquido lechoso y la humedad de la cueva empezaba a calar en nuestros huesos, en nuestras alucinaciones coincidíamos que había un traidor. Mis sentimientos por Nadia y su mirada desorbitada me hacían pensar que ella no podría ser.

―Todos coincidimos en nuestras alucinaciones que alguien nos traicionaba ― dije disimulando una aparente calma, entonces pregunté―: ¿Y si no hay traidor alguno?, ¿Y si lo que intentan es confundirnos más todavía y separarnos para poder eliminarnos uno por uno? ― obtuve la atención de todos, y en ese preciso momento vimos caer algo redondeando en el barril del líquido lechoso. Huir ya no era una opción, nos acercamos muy despacio y ayudados de un madero sacamos ese objeto del barril.

―¡¿Pero qué...?! ― espetó sorprendido Jorge.

Blasco retiró la mirada, Nadia se echó a llorar tapándose la boca para hacer poco ruido con sus sollozos, yo, con el madero en mi mano y en el otro extremo aquel objeto que cayó, que no era otra cosa que la cabeza de Andreína con la mandíbula desencajada y casi toda la piel hecha jirones. Lo más inverosímil de todo era que detrás de la piel había partes metálicas, la mandíbula era un reluciente trozo de metal. La dejé caer y como quien tira un cazo retumbó dentro de las húmedas paredes.

―¿Cómo sabemos que en realidad no hay un traidor, cómo sabremos que no eres un puto androide? ― era una interrogación directa de Blasco hacia mí, lo que me desconcertó.

―¿Y tú? ―señaló Jorge, en respuesta a la pregunta de Blasco―. Eres el primero  que acusa. ¿Por qué?

―¡Basta ya! ― exclamó Nadia―. ¿No se dan cuenta que enfrentándonos somo más vulnerables?

―¿Y cómo sabremos en quién confiar? ― preguntó Blasco.

―Nadia tiene razón ―dije, entonces pregunté―: ¿Y qué propones Blasco rompernos los brazos o las piernas, o despellejarnos vivos  entre nosotros para comprobar que hay debajo de nuestra piel? ― todos nos sobrecogimos imaginando la gran estupidez que acaba de soltar.

Pero en ese momento la cueva empezó a temblar, se escuchaba que algo muy grande caía por donde nosotros mismos habíamos caído. Sin pensarlo dos veces corrimos en dirección a la luz del sol, salimos prácticamente todos juntos y a mi mente vino mi alucinación y comprobé que de invisibilidad nada. Una vez fuera, a un par de metros nos abalanzamos sobre la frondosidad para ocultarnos pero no tocamos suelo. Nadia gritó como que se le iba la vida en ello y en una caída libre de unos 15 metros nos dimos de bruces contra el agua, no pude evitar tragar unas cuantas bocanadas y comprobé por acto reflejo que era agua dulce.

Buscando la superficie para poder respirar vi un hilo rojo que salía de uno de los brazos de Nadia, un profundo corte que dejaba verla blancura de sus huesos.


Capítulo 19: El jardín de huesos.

Autor: Nemessis Onion.

―Nadia, tranquila ― dijo Jorge mientras la abrazaba por detrás presionando su herida en ello―, estás herida y debemos salir del agua.

Yo observé aquella escena con recelo; definitivamente pensé que no podía confiar en Jorge.
La piel se me erizó, mis puños se cerraron como conteniendo ira, Jorge me miró y estoy seguro que vio el odio en mis ojos.

―Samuel, ayúdame con Nadia, saquémosla del agua.

―No te preocupes Jorge ― dije entre dientes―. Yo te ayudaré para que esto termine.

Blasco se quedó al margen en aquella escena. Jorge y yo sacamos a Nadia del agua e inmediatamente me quité la camisa y, apartando a Jorge comencé a vendarla.

― ¿Nadia, estás bien? ― le pregunté preocupado.

―Sí, Samuel ― respondí con firmeza―, estoy bien y no necesito...

―¡Miren! ― interrumpió Blasco a Nadia sin permitir que ella terminara de hablar―. Miren arriba, parece que es el loro.

Observamos todo al cielo sobre nuestras cabezas, y ahí, desde aquella pequeña laguna, pudimos observar en lo alto del cielo sobrevolaba aquel engendro, dejando aún una gruesa estela de humo negro a su paso, volando de manera casi caótica decena de metros sobre nosotros...

―Tenemos que movernos ― dijo Blasco.

―Demonios, ¿Cuándo terminara esto? ― me quejaba en voz baja.

Comenzamos a caminar alrededor de la laguna hasta llegar a un río que seguimos corriente abajo, esto, con la esperanza de encontrar algún bote, casa o lo que sea en el trayecto hacia su desembocadura; cualquier cosa que que pudiésemos ayudarnos y darnos un poco de esperanza para poder salir de esa maldita isla.

Había transcurrido más de una hora, Nadia caminaba detrás de mí y Jorgé atrás de ella, yo no podía dejar de pensar en ellos, la incertidumbre hacia Jorge me abrumaba el pensamiento. No habíamos cesado de caminar y el errático aleteo del loro podía escucharse a lo lejos sobrevolando nuestras cabezas. La frondosidad del follaje no nos dejaba ver hacia el cielo pero se nos hacía evidente, que éste se había ennegrecido mucho por la cantidad de veces que el pájaro nos sobrevolaba, de hecho, todo se hallaba envuelto en una densa niebla gris, estaba tan enfocado en lo que había sucedido que sin darme cuenta, nos habíamos adentrado en lo que parecía ser un pantano, no quise decir nada y simplemente seguimos andando, manteniendo aquel incómodo silencio entre nosotros.

El hambre me afectaba y mi mente comenzaba a divagar, pensaba en carnes, filetes, exquisitos preparados con...

―¡Samuel! ― interrumpió alarmado Jorge―. Samuel, Blasco no está.

Blasco que iba el último parecía haberse quedado rezagado.

―Debemos ir por él ― sugirió Nadia.

Los miré a ambos pensando que guardaban algún tipo de complicidad el uno con el otro.
Estaba por darme vuelta para regresar cuando una gruesa voz sonó frente a nosotros:

― ¡Inútiles! ¿Acaso no pueden hacer nada bien?

La angustia llegó de nuevo, frente a nosotros. Del fangoso barro comenzaba a emerger una silueta, una figura amorfa y palpitante, crecía cada vez más más emergiendo del pantano, de la brea, hacía sonidos repugnantes  y su hedor era insoportable. Aquella masa palpitante adoptó al final una figura humana, los músculos  apenas unidos a los huesos y ojos rojos brillantes... Era Adrián; en su mano derecha sostenía un objeto esférico brillante: El cráneo de Andreína, el mismo que arrojó a un lado instantes después.



Capítulo 20: Ladrones de cuerpos.

Autor: Frank Spoiler Sánchez.

No había tiempo para pensar, Adrián nos miraba de una manera que no nos gustaba demasiado y los dichosos engendros estaban tomando "cuerpo" y nunca mejor dicho pues, de una manera que no sabría explicar, lo que estaba pasando allí era como una pesadilla, más parecida a "La invasión de los ladrones de cuerpo" una película del año 1956 dirigida por el cineasta Don Siegel y que a mí me había impresionado mucho cuando las vi años atrás en mi época de universitario y para mi tesis doctoral. Era una película donde, al parecer, una semillas de origen extraterrestre se apoderan de los cuerpos de los humanos mientras dormían, pero no de sus propios cuerpos sino que los clonaban tomando su forma y conocimientos. Y eso es justamente lo que estaba ocurriendo allí mismo, delante de nuestros ojos pues, en apenas unos minutos aquellas cuatro criaturas venidas de a saber dónde se habían transformado en nuestros cuatro compañeros muertos: Adrián, Andreína, Agustín y Raúl. Mi cabeza no estaba para pensar, no, no lo estaba, sin embargo sí estaba rabioso, muy rabioso, no solo creía perdido al amor de mi vida... otra vez, sino que estábamos a punto de perecer en manos de no sé qué tipo de engendros o monstruos.

―¡Qué hacéis ahí parados como estúpidos, por el amor de Dios, corred! ― el grito de desesperación que nos lanzó Blasco llegado de no se sabía bien dónde, me sacó de la abstracción y dando un salto hacia atrás corrí hacia Nadia y Jorge, que seguían paralizados de horror y, creo que también de asco pues "aquello" en lo que se habían convertido nuestros amigos (o lo que fueran ya) era francamente asqueroso. Blasco nos esperaba oculto tras unos matorrales con... ¡caballos! No le preguntamos de dónde los había sacado, simplemente nos dejamos guiar  por él y corrimos como alma que nos lleva el diablo hacia ellos, eran dos hermosos corceles, los dos de color negro con un pelaje fino y brillante.

No llevaban montura ni bridas por lo que miramos  los tres intrigados y algo descolocados (Blasco lógicamente no lo estaba) y nos volvió a gritar.

― ¡Samuel, monta tú con Nadia que yo iré en el otro con Jorge, corred y no preguntéis y agarraos a las crines bien fuerte, nos va la vida en ello!

Blasco tenía razón y no había tiempo para hace preguntas tontas así que sin pensar empujé a Nadia, que parecía no salir de la impresión, saltando yo primero y subiéndola después tirando de sus manos y haciendo que se agarrara fuertemente a mi cintura. Jorge y Blasco ya estaban en el caballo y galopando como locos entre diversas especies de árboles ― nunca vistas por mí― y esquivándolos como podían. Detrás quedaban los que fueran nuestros amigos y ahora convertidos en monstruos sedientos de sangre. Una cosa si me pasó por la cabeza, <<por qué no nos perseguían...>> no fe más que un segundo, el tiempo justo de sentir las cálidas manos de Nadia apretándome fuerte la cintura y me olvidé de todo, hasta de sentir miedo.



Capítulo 21: Metamorfosis.

Autor: Ramón Escolano.

Un par de cientos de metros más adelante volví de la ensoñación que había provocado las manos de Nadia. <<No nos persiguen>>, esa idea regresó a mi cabeza para quedarse. No tenía lógica, desde luego, a pesar de que nosotros fuéramos a caballo, nos podían haber perseguido aunque fuera unos metros, y sin embargo... Miré hacia atrás , y en la lejanía aún se podían divisar las cuatro figuras, quietas...

― ¡Parad! ¡Parad! ― grité con cierta ansía.

― ¿Qué? ¿Estás loco? ― respondieron Blasco y Jorge al unísono.

―No nos persiguen, ¿no lo veis? ― dije señalando a las cuatro figuras de la lejanía―. ¡No nos persiguen!

― Bueno, pues mejor, ¿no? ― preguntó Nadia.

―Puede, pero... ¿Y si no nos persiguen porque vamos hacia donde ellos quieren que vayamos?

Esta reflexión hizo que Blasco parara su caballo en seco.Yo hice lo propio. Miramos lo que teníamos en el horizonte. Era solo eso, la línea del horizonte, no había nada que temer, pero tampoco había nada que indicara que más allá estaría nuestra salvación.

A nuestras espaldas seguían los cuatro monstruos, las cuatro criaturas de los que habíamos creído nuestros amigos. <<Habíamos creído que eran nuestros amigos...>>, esa era la idea que se me había estancado con la cabeza para traer consigo otra... <<Un traidor...>. Que los cuatro que hubiéramos alucinado con esa misma idea, no podía ser cual... Pero... ¿Quién?
A pesar de que en mi sueño era Jorge el que nos vendía, Blasco era el que había aparecido de la nada con dos caballos.

 ―¿En qué piensas? ― fue Nadia la que interrumpió mi monólogo interior.

―En lo del traidor... ― murmuré.

―¡Blasco! ―grité―. ¡Qué conveniente que hayas encontrado estos caballos!

― ¿Qué insinúas?

― ¿No nos estarás llevando a la guarida del Amo?

―Por Dios, Samuel, no empecemos con eso de nuevo ― irrumpió Jorge―. ¿No ves que es lo que quieren?

―¡Mirad, el loro! ― fue Nadia la que zanjó con ella la discusión.

El maldito loro mecánico se acercaba a nosotros, zigzagueando.

―Ya está aquí el Amo. ¡Ya está aquí el Amo! ―repetía―. Hola mi Amo...

Nadia agarró una piedra del suelo, con intención de derribarlo de nuevo, cuando de la anda apareció el viejo de pelo gris. El loro se posó sobre su hombro, mientras repetía una y otra vez que ya estaba allí el Amo. Todos nos miramos y nos preguntamos con la mirada, <<¿El viejo era el Amo?>> Lo que ocurrió a continuación sí que no lo vimos venir. El viejo comenzó a rejuvenecer ante nuestros ojos. A mí fue al primero al que se le heló la sangre. Si en su última aparición ya me había resultado familiar... Conforme se iba haciendo más joven mis tres compañeros me miraban incrédulos. El viejo de pelo gris se había convertido en... Bueno... En... ¡Era yo!

Con la misma celeridad de siempre se desvaneció. Y el loro vino a posarse sobre en mi hombro.

Me miró y pareció sonreír.

―Hola mi Amo...



Capítulo 22: Nada es lo que parece.

Autora: Karina Delprato.

De landa el viejo apareció nuevamente frente a nosotros. Nos mirábamos unos a otros sin entender de dónde ni cómo lo había hecho.

El loro voló hacia su hombro y repetía enloquecido:

―Mi amo, mi amo. Eres mi amo.

El viejo fijó la mirada en mis ojos de forma intensa, mi mente entró en shock, tanto que sentí estar dentro de su cuerpo. Nuestras mentes se fusionaron y como un flash, comencé a recordar instantes de mi vida en pocos segundos hasta verme tal cual el aspecto del viejo.

Sentí sus deseos, sus ansias de querer cambiar el pasado, en cierta forma mi pasado. Pero ya no podía volver el tiempo atrás. Intuía el arrepentimiento por haber deseado venir a esta maldita isla, claro que... demasiado tarde ya.

De pronto, me pareció escuchar la voz de mi consciencia. Pero no, era la del viejo, bueno... la mía, no sé.

― ¿Quién coño eres? ― preguntaban impacientes los demás.

―Soy el Amo. Si, soy yo― sin quitar sus ojos de los míos, continuó hablando serio sin dar importancia al resto de compañeros―. Mejor dicho, eres el Amo, Samuel. Es confuso hasta inexplicable pero tienes que entender lo importante que es el amuleto y más aún, el mapa que les di. Es de la única forma que llegarán a encontrar el amuleto.

―No entiendo, no entiendo nada ― dije confundiendo, aturdido, mientras intentaba no mirar al viejo.

―¿ Qué amuleto? ―se preguntaban los demás entre sí.

― ¡Mírame Samuel! ¡Mírate! Busca en mi interior, en tu interior, ahí está la respuesta― gritaba el viejo mientras se desvanecía su figura en el horizonte lentamente.

Nuestras consciencias se fusionaron con más intensidad, otra vez un shock me hizo sacudir el cuerpo. El viejo desapareció definitivamente.

Ahora, lo recordaba todo. El silencio y una espesa neblina eran nuestros únicos compañeros. Los nubarrones tapaban la poca luminosidad que podría haber. El viento, poco a poco, aumentaba su soplido, lo podíamos sentir en nuestro rostro. Eso me ayudó a relajar para poder empezar a contar la historia que recordé. Inspiré y exhalé profundo con mis ojos cerrados.

―Hace mucho años atrás...

De repente las hojas que caían de los frondosos árboles, volaron entre nosotros, un remolino se formó en el horizonte y, de manera fugaz, el mar comenzó a agitarse sin piedad.
Las olas se descontrolaron junto al fuerte ventarrón y cada vez estaban más cerca de nosotros.

― ¿Esto  lo estás provocando tú Samuel? ― con los ojos desorbitados de miedo gritaba Jorge.

― ¡Corramos rápido! No hay tiempo, confíe en mí. Se acerca la hora, salven sus vidas, ¡corran!

Los gritos de todos se sumaron al ruido del temporal, al instante se desató una tormenta eléctrica jamás vista. Todo se iba quemando a nuestro paso en cada rayo fugaz. No podíamos protegernos con nada, solo quedaba volver a la cueva. El loro desapareció en el remolino que nos perseguía.

― ¡Entremos aquí!

Teníamos que hacer una fuerza increíble para caminar con semejante tormenta, la ráfaga de viento nos mantenía inmóviles, impedía nuestros pasos. Aún así nos agarramos de las manos, corríamos encorvados para tener más fuerza y poder llegar a la cueva que la tenía a la vista. Se dificultaba el hecho de poder ver con claridad, ya que el viento nos lastimaba los ojos y eso nos obligaba a mantenerlos entrecerrados.

Llegamos a la cueva que, con el fuerte vendaval había derruido parte de su exterior, parecía algún tipo de antigua vivienda en ruinas, y una puerta quedó al descubierto tras desplomarse parte de la entrada, entonces Blasco después de haber peleado con la puerta, logró cerrarla. Habíamos regresado a la misma cueva de donde salimos anteriormente.

―¡Vamos, entren de nuevo al barril!

― ¡Ni loca Samuel! Otra vez mojarme y pegotearme con ese líquido de mierda, ¡no!

―Sé que les contará confiar en mí, pero por favor, no les queda más remedio. Prometo explicarles todo.

Extendí mi mano a Nadia, la miré y noto que seguía siendo el mismo. Luego fui ayudando a cada uno a subir al enorme barril y esperamos en silencio.

La puerta se abrió repentinamente y un alarido grave ensordeció nuestros tímpanos.

Yo sabía que nada bueno pasaría, sea como sea, tenía que tener en mis manos el tesoro que vine a buscar. Era la única salvación., y ahora, no sabía no sabía cómo escaparíamos de ésta.

―<<¡Necesito el amuleto, joder!>> ―desesperado pensaba cómo lo podía conseguir, todavía me sentía aturdido pero ya tenía muchas respuestas.

El resplandor nos encegueció de nuevo, la cosa que estaba acechándonos, medía como dos metros y tenía cuatro brazos deformes ; no nos veía ni podía olernos pero, sus barbas y su apestoso aliento estaba arriba de nuestras cabezas.

De pronto el suelo comenzó a moverse y un temblor nos hizo entrar en pánico.


Capítulo 23: El amuleto.

Autora: María José Moreno.

― ¿Qué es ese maldito temblor? ―preguntó Nadia.

―Tranquila. Estando en el líquido no nos pasara nada. El líquido frena nuestros deseos.

― ¿Qué dices? No hay quien te entienda. Aún esperamos una explicación ―gruñó Jorge.

― Eso de que seas el amo de la isla pinta muy mal y sobre todo para nuestros pobres compañeros ― manifestó Blasco con cara de pocos amigos.

―Mirad, hace muchos años atrás, acompañe a mi padre a una excavación arqueológica que se llevaba a cabo en en una tumba recién descubierta en el desierto del Gobi, en Mongolia. En la tumba se encontró un esqueleto casi humano y un papiro.

―Casi humano ―preguntó con curiosidad Nadia.

―En efecto, era un esqueleto humano pero de la espalda le salían huesos dispuestos de tal manera que parecía la estructura esquelética de unas alas.

― ¿Un hombre pájaro? ―preguntó Jorge.

―Sí. Los resultados de aquella excavación no se han hecho públicos porque no se pudo identificar el esqueleto con ninguna especie conocida. Mi padre se quedó con el papiro para intentar descubrir qué significaban los signos que allí había dibujados. A su muerte, que como sabéis ocurrió hace un año cuando trataba de filiar a una nueva tribu del Amazonas, el notario me entregó el papiro con una carta escrita de su puño y letra en a que me indicaba lo que él suponía que era el método para descifrarlo. Durante meses estuve en ese empeño hasta que harto de fracasar, lo abandoné. Una noche tuve un sueño en el que mi padre me decía lo que tenía que hacer  para averiguar el significado.

―No me puedo creer que tu padre te hablara en sueños ―dijo Nadia.

―Él me dijo un sistema por el que el papiro debía de ser leído a la luz de la luna llena en un sitio determinado y jugando a tapar determinadas zonas se conseguían unos signos que eran interpretables. Así lo hice en la siguiente luna llena y después de muco esfuerzo se me representaron unas sílabas que uní y leí en voz alta; sin esperarlo me sumergí en mi futuro y aparecí tal como habéis visto al viejo de la barba y en esta isla. Aquí estoy vagando desde entonces. Un día divisé, desde la cumbre más alta, en la tierra de la isla lo que parecía una figura.

― ¿Una figura? ―interrumpió Jorge.

―En realidad era el contorno de un hombre pájaro y un camino que se adentraba en la espesura. Cuando estaba allí arriba se posó sobre mí el loro mecánico y me llamó Amo. No sabía por qué pero el pájaro me llevó por ese camino que yo había visto desde arriba hasta llegar a una cueva que encerraba un peligroso tesoro.

―¿Qué tesoro? ―preguntó expectante Nadia.

― Un amuleto, una piedra de color verde brillante tallada en miles de caras. Cuando la vi, quedé hipnotizado, la cogí entre mis manos y el loro me dijo:<<pide un deseo Amo y se cumplirá>>. Así que lo comprobé. Todo el que toca el amuleto es capaz de cumplir sus deseos.

―¡Eso es sensacional! ― gritó Jorge.

―Todos, todos los deseos ― especifiqué―. Los buenos y los malos. Por eso estáis aquí porque yo deseé que Nadia estuviera conmigo y vosotros estabais en una fiesta con ella y vinisteis en el paquete. Lo de que no os extraña aparecer en la isla también lo deseé.

―Pero, eso quiere decir que si tocamos el amuleto, y deseamos volver a casa, saldremos de esta pesadilla ― dijo Nadia.

―Sí, pero antes tenemos que encontrar el amuleto, sin él no sirve. Lo perdí la primera vez que tembló la tierra y desde entonces creo que su magnetismo se propaga por toda la isla.

―¿Quieres decir que lo que nos está ocurriendo y lo que le ha sucedido a nuestros amigos es porque lo hemos deseado alguno? ―gritó alarmado Blasco.

―Tú lo has dicho. Se cumplen nuestros deseos buenos y malos así que preguntaos por qué han muerto y luego se han transformado en esas cosas horribles. La respuesta está dentro de vosotros, en vuestra mente.


Capítulo 24: Luchando contra los miedos.

Autora: Inma Flores.

―Entonces tenemos que tener mucho cuidado con todos nuestros pensamientos, en especial con nuestros miedos, con los que nos atormenta ― comentó Blasco, con cara de no entender nada.

―No lo comprendo, Samuel, sigo sin comprender nada, yo no deseé estar en esta isla y menos vivir lo que hemos estado viviendo ―se quejó Nadia, mirándome fijamente a los ojos.

― No tiene que ser tu deseo, ni tu sueño, ni tus miedos. Pueden ser los de otra persona. Si tú tienes un deseo se cumplirá sólo si alguien que tenga más fuerza mental que tú o más empeño no desea lo contrario.

―Samuel, yo no he deseado sentir nada por ti, ¿quieres decir, acaso, que tu deseo de tenerme al lado ha sido más fuerte que mi amor por Raúl? ¿Por qué ha muerto, por qué tu lo deseabas muerto o porque él quería morir? ―preguntó Nadia con insistencia, casi a punto de llorar.

―Ya te lo he dicho, Nadia. Se cumplirá el deseo del que tenga más fuerza mental o el deseo que tenga mayor intensidad. Creo que Raúl nunca estuvo seguro de su amor por ti. Además, sabes cómo le gustaban las películas de terror, de miedo; quizás alguna vez temió morir desgarrado y ser un monstruo ―comenté, intentando dar alguna explicación convincente.


―Es cierto ―continuó hablando Blasco―, Raúl siempre tuvo mucho temor al dolor. Su muerte, siendo desmembrado, no pudo ser más dolorosa.

―¡Basta ya de hablar de temores! ―gritó Jorge, temblando―. No me gusta esta conversación que estamos teniendo. ¿Y si pensamos todo lo mismo? Así nadie podrá tener un pensamiento más intenso, y se cumplirá lo que deseamos.

―Eso es bastante complicado ―dije a mi amigo―. Es muy difícil controlar el pensamiento.

―Sí, pero se nos va la vida en ello ―respondió Jorge ya algo más tranquilo al ver que Blasco y Nadia asentían con la cabeza―. Todos sabemos que si no hacemos el esfuerzo no saldremos vivos de esta isla. Como bien has dicho, el amuleto está en la isla, fue tragado por la tierra, pero su poder es inmenso. Si nuestra fuerza mental se multiplica quizás lleguemos él.

―Jorge tiene razón, Samuel ―dijo Nadia esbozando una leve sonrisa―. Podemos intentarlo, que alguien vaya guiando lo que debemos pensar y los demás nos dejaremos guiar. Ha de describir muy bien las sensaciones, lo que visualice... así todos pensaremos igual y puede que se cumpla lo que vaticina Jorge. Si no es así, estamos perdidos. Jamás podremos salir de la isla.

―Sí, Samuel, Jorge tiene razón; creo que es la única formar de salir vivos de aquí ―dijo Blasco―. Has de ser tú quien nos guíe, Samuel. Tienes más experiencia. ¿Alguien se opone?

―Solo quedo yo por comentar y estoy de acuerdo en pensar lo mismo que Samuel. Espero que fusionar los pensamientos sea la llave para salir de esta maldita isla ―comentó Jorge, ya harto de la situación, aunque con la ilusión de que por fin tuviesen la solución a su alcance.

El líquido lechoso surtía el efecto deseado de inhibir nuestros deseos, así la criatura no pudo percibirnos y se fue tan pronto como llegó. Por seguridad manteníamos esta charla dentro del pringue, pero debíamos continuar, así que una vez más salimos de allí y de la cueva en la que estábamos.

En ese instante se sintió una fría brisa que nos dejó a todos con la piel erizada, más por la sensación de inseguridad que por el miedo.

―Amo, amo, allí amo...― se escuchó la mecánica voz del loro.

―¡Venga, vamos! Pensé en que el loro me ayudaría a encontrar el amuleto ― comenté a mis compañeros con la sensación de que pronto saldríamos de aquel maldito sueño.

<<¡No saldrán de aquí vivos! Serán mis invitados. Vagarán eternamente por la isla...>>, Sentí como esas palabras taladraban mi mente y me horroricé. Sólo se me ocurrió pensar en mi casa, en mi habitación, en mi madre tocando a la puerta de mi dormitorio para despertarme, como cada día.

―¡¡Venga...!! A visualizar todos―sugerí―: estamos siguiendo al loro, él ha visto el brillo del amuleto, verde, con múltiples caras, brillante. El amuleto nos está atrayendo hacia él. Vamos caminando... caminando todos mientras vemos cómo una gran luz esmeralda brotando de la joya.

―La veo... veo la luz esmeralda que comienza a brotar desde un barranco ―comentó Nadia.

―Sí, está cerca, lo intuyo cerca, muy cerca ―comentó Jorge, ilusionado.

―Esto está dando resultado, no perdamos de vista los rayos esmeraldas. Cada detalle que veamos, hemos de decirlo en voz alta, para ver todo lo mismo ―dijo Blasco, también ilusionado.

Todos continuábamos siguiendo al pájaro de metal, mientras se escuchaba con su chirriante voz artificial decir...:

―Amo, vamos; amo, cerca.

Llegó la tarde y todos continuábamos el descenso, hasta que casi al anochecer nos acercamos a lo que parecía el brocal de un antiguo pozo.

―¡¡¿No ven la luz esmeralda?!! ―gritó Jorge―. ¡¡Miren!! Va creciendo su intensidad...

―¡¡Sí, es cierto!! ―gritó Nadia, mientras Blasco no era capaz de articular palabra.
Simplemente cerraba los ojos, imaginando que los rayos que desprendía el amuleto se iban haciendo cada vez más visibles, más intensos...

―¡¡Sí, debe estar ahí!! ―comenté, mientras me comencé a preocupar de cómo acceder a él si estaba en el fondo de aquel antiguo pozo, entonces, sentí un temor muy fuerte, tan intenso que me estremeció, imaginando que allí abajo podría estar lleno de monstruos.

―¿Quién ha pensado en un monstruo? ―preguntó Blasco, mientras volví a romper el pensamiento y me vi de nuevo durmiendo en mi cuarto, y mi madre... tocando en la puerta de mi habitación.



Capítulo 25: El fin está cerca.

Autora: Ana Saavedra.

Por un momento la sensación de estar de vuelta en mi hogar me inundó los sentimientos. El color, los olores, la iluminación precaria que siempre dominaba mi habitación estaba allí. Mi vista recorrió el cuarto escuchando los golpes de mi madre en la puerta. ¡La puerta!...
Colgando en la cerradura estaba una llave, y de ella pendía el llavero más extraño que que había visto hasta ahora. Una especie malograda de loro metálico se bamboleaba rítmicamente de un lado a otro. Un empujón me sacó de mi guarida imaginaria y me enfrentó a la realidad:
esta maldita isla. Era Jorge que gritaba:

―¡Samuel, Samuel! No es momento de desvanecerse. Este pozo agita algo y viene hacia acá.

―¿Pero cómo es posible? ―gritaba Blasco, la luz verde que veíamos ha tomado forma... Parece... Parece...

―Es un hombre, ¿santo Dios cómo puede ser? ―decía atemorizado Jorge al tiempo que me jalaba para alejarme de allí.

―¡Amo! ¡Es el amo! ¡Está aquí! Viene por todos los usurpadores― gritaba enloquecido el loro, que presto volaba en dirección nuestra. Habiendo salido de la nada.

―Samuel, ¿eso es...<<El hombre pájaro>> qué decías? ― sollozaba Nadia ante el espectáculo.

Al tiempo que surgía majestuoso un ser cubierto de plumas negras con una envergadura atemorizante. La tierra vibró, provocando que nos aferráramos a lo más cercano. Y pudimos ver cómo el ser a lado mostraba dentro de su pecho una piedra verde que brillaba atravesando su plumaje. Es como si fuera una especie de "corazón" palpitante.

―¡El amuleto! ¡Es el amuleto! ― gritó lleno de júbilo Blasco―. ¡Estamos salvados!

―No seas imbécil Blasco. Esa cosa maldita la tiene dentro. Estamos perdidos. ¡Corran! ―demandó Jorge, presa aún del terror que le provocaban las garras sangrientas de la criatura. Todos corrimos como pudimos incapaces de decidid hacia dónde ir.

― ¡Amo! ¡Amo! ¡Está aquí. su pensamiento lo ha despertado! ―descargaba el loro frenéticamente.

Y de pronto algo encajó en mi mente.

―¡El loro! ¡Es el loro! ―grité eufórico mientras trataba de alcanzarlo a brincos.

―Carajo Samuel, déjate de estupideces y habla. El hombre pájaro ese, está calculando sus movimientos. Y nosotros estamos corriendo como idiotas sin rumbo ―dijo jadeando Jorge mientras trataba de alejarse de allí, al igual que todos.

―El loro es la llave para conseguir ese amuleto y regresar a la normalidad ―dije apresurando el paso, mientras el hombre pájaro nos seguía, sobrevolando, pero sin decidirse a atacar―. Por eso el loro ha estado presente desde siempre ―completé.

Hicimos una pequeña pausa, se detuvieron mirándome incrédulos. Y dije:

―Mis pensamientos me llevaron inconsciente a pensar en mi padre, la excavación, el mapa, ¡el hombre pájaro ese! Todo estaba allí. Mis miedos se materializaron en ese hombre pájaro.
Mi miedo a salir de aquí y perder lo que más deseaba desde siempre, me llevó sin querer a buscar la manera de no poder escapar. Pero el loro...

―Pájaro de mierda ―gritó Jorge tratando de atraparlo mientras ése volaba gritando―: ¡Ha llegado el fin. Prepárense! ¡Amo todo está perdido!

―¿ El loro es la clave para obtener el amuleto? ―dijo Blasco en tono de duda.

―Samuel, déjalo ya. Nunca me has interesado, supéralo, y sácanos de aquí. Todavía puedes hacer algo valioso por una vez en tu vida ―gritó Nadia enojada y en un arranque que a todos les pareció fuera de lugar.

―Anda Nadia, ¡el loro! Concéntrate en qué hacemos con el loro ―dijo Jorge―. No nos interesa su vida sentimental.

En eso, el hombre pájaro, después de habernos escuchado atentamente, durante todo este tiempo, bajo en picado, con la mirada fija, ¡Había elegido a su presa!





Capítulo 26: La persecución.

Autora: Isabelle Lebais.

―¡¡¡Amigos, ya viene!!!  ¡¡¡Cuidado!!! Dejad la mente en blanco, no penséis ―grité , y yo mismo me asombraba de la estupidez que estaba pidiendo, pero no había tiempo para más.
El hombre pájaro bajaba a toda velocidad y yo tenía que detenerlo como fuera.

En un intento de protegernos, mis amigos y yo nos metimos entre grandes piedras con oquedades, para que ese ser no pudiera cogernos a ninguno de nosotros, por eso no iba a detenerlo.  Si no lo conseguía a la primera volvería o esperaría y nosotros no podíamos estar ocultos todo el día allí.

Me metí entre dos piedras enormes en las que entré espirando el aire, así que iba a ser difícil salir o que me pudieran pillar. Un poco más adentro si podía respirar pero no moverme.
Confiaba en que mis amigos hubieran tenido la misma suerte. Ahora era mi turno.

Nadie tenía culpa de nada, ni tan siquiera yo. Los deseos son tan complicados y confusos y cuestan tanto conseguir uno... Hay que sacrificar cosas terribles y ya bastaba de jugar con las vidas de las personas y conmigo mismo. Quería volver de donde había salido. Pero antes tenía que coger el amuleto, así que me concentré con todas mis fuerzas y con el máximo deseo en que el loro agarrase el amuleto del hombre pájaro. Una y otra vez pensé y deseé lo mismo, como una mantra perfecto:<<Loro, coge el amuleto, loro coge el amuleto y tráelo. Loro, coge el amuleto y tráelo... y tráelo...>>.

Y cerré los párpados muy prietos.

No oía, veía o sentía y, de pronto, tuve la sensación de que algo había cambiado. Dejé la mente en blanco y abrí los ojos. Estaban llamándome.

―¡Samuel! ¡Samuel! ―gritaba Blasco, asustado―. ¡Nadia, Jorge! ¿Lo veis? ¿Alguien sabe lo que pasa?

―El hombre pájaro desapareció ―dijo Nadia―. Lo vi car en picado. Venía a por mí. Estoy segura. Lo reflejaban sus ojos fijos en los míos, pero en el momento en que me agaché para protegerme, algo pasó que el monstruo planeó y se fue por donde había venido. ¡No me tocó!

―¡Estoy aquí, Nadia Blasco, Samuel! ―gritaba Jorge, asomando por la cabeza de un agujero entre las piedras―. Yo tenía la mente en blanco sin intentar pensar ni temer y oí al bicho planear y volar alejándose, pero ignoro qué pasó. Aunque sinceramente me da igual. El caso es que se ha ido. ¡Samuel! ¿Nos oyes?

―Sí, sí, amigos. Estoy aquí pero tardaré un momento en salir. Esperadme y os lo cuento.
Mientra, no penséis ni temáis, por favor ―les dije, tranquilizándolos. Volví a sacar el aire de mis pulmones y arañándome con las dos moles de piedras salí. Agité los brazos y los vi.
Estábamos todos dentro del sector de las piedras y venían hacia mí.

―Mirad, os explico. Me concentré con todos mis esfuerzos en solo una cosa: que el loro cogiera el amuleto del pecho del monstruo y lo trajera. Solo deseé ese con toda la intensidad que pude. ¿Ha vuelto el loro? ¿Alguien lo ha visto? ―preguntaba, mientras todos mirábamos alrededor hacia el cielo raso.

―¿No dices que tenía que traerlo aquí, Samuel? ―decía Jorge. Todos me miraban.

―La palabra exacta fue <<tráelo>> ―respondí. ¿Cómo o dónde me equivoqué? ¿Por qué no está aquí?¿Deseasteis alguna otra cosa? ―y me quedé mirándolos.

Nadia bajó los ojos y confesó:

―Yo quise que hubiera un barco en el que poder irnos.

―Entonces si los deseos de ambos se cruzaron, el loro está en el barco ―explicaba Blasco―. Esto cada vez se parece más a una película de piratas. Es increíble.

―Sigamos sin pensar en nada ni temer ―resolvió Jorge― Y pongámonos en movimiento.
Hemos de encontrar un barco. La sed y el hambre me están matando y menos mal que han desaparecido toda esa fauna de mosquitos. Mirad cómo me pusieron los brazos― nos lo enseñaba.

Nos pusimos en camino, sedientos, agotados, hambrientos y doloridos. Pero, al menos, ahora teníamos un poco de esperanza. Era la primera vez que las cosas tenían un poco de sentido. <<Por ahora>>, pensé.

No anduvimos más de medio kilómetro cuando bajo nuestros pies apareció una playa en forma de concha y y dentro del agua un galeón anclado en el centro del agua. Nos quedamos mirando a Nadia, que hizo un gesto displicente con sus hombros, añadiendo:

―Pensé en el primer barco que me vino a la cabeza ―y giró los ojos, poniéndolos en blanco.

Descendimos por un lateral y llegamos hasta la suave arena fina y dorada. Todo un paraíso si no fuera por las circunstancias que nos rodeaban.

―Miren, miren. ¡Plátanos, plátano, miles de plátanos! ―y era cierto. Tres grandes plataneras llenas de racimos se encontraban a nuestro lado.



Capítulo 27: Confianza.

Autor: Ricardo Corazón de León.

―¡Vamos, Nadia! Te acompaño. Que Blasco y Samuel vayan al barco y busquen al loro. Me rugen las tripas. No os preocupéis ―dijo Jorge, al ver nuestro gesto de protesta. ―Os traeremos para vosotros.

Alzamos los hombros y nos encaminamos hacia el galeón. Ojalá el loro estuviera ahí a plena vista y no nos pasara nada peor. Me esforcé solo en pensar en el paso siguiente que iba a dar. Iba mirando hacia mis pies cuando algo me golpeó en la cabeza y perdí el equilibrio en la arena. Caído vi al loro revoloteando.

―¡Toma, Amo! ¡El amuleto, Amo, crooooooaaaaa...! ¡Amo, amuleto, crooooaaaa...! ―y dejó caer a mis pies aquel cristal verde tan grande, cristalino y transparente.

Ahora no brillaba, Nadia y Jorge vinieron corriendo al ver al loro. Traían plátanos que nos dieron y nos sentamos alrededor del amuleto. Yo debía tomarlo y desear salir de aquí. Era fácil, si ya, ya. Estábamos ahora más muertos de miedo, al menos yo, que en toda esta terrorífica aventura. Yo era el responsable de ella y de que todo volviera a la normalidad, si es que después de haber vivido algo así se podía seguir viviendo como si nada.

―Démonos las manos, tengo miedo ―mientras el círculo de amigos nos tomábamos de ellas―. Os ruego que me perdonéis esta insensata aventura que para mí destino ni para ninguno de vosotros hubiera querido. Me siento responsable y temo hacerlo mal ahora.

―Samuel ―dijo Nadia―. Hemos sido siempre amigos y no creo que lo hicieras con mala intención. Esto ha sido una jugarreta del destino y una advertencia para que no juguemos con cosas que están más allá de nuestra comprensión y de nuestra capacidad. Por mi parte no te guardo ningún rencor, siempre que nos lleves de vuelta a casa o al prado de atrás de mi casa ―decía, sonriendo por primera vez en este horror y dándome un puñetazo en el hombro.

―Samuel ―esta vez era Jorge, Blasco asentía―. Esto era mucho más fuerte de lo que podías sospechar y un deseo inocente ha organizado esta carnicería que espero se termine ya y puedan volver nuestros amigos. Tampoco nosotros te guardamos rencor ―mientras me miraba con sus ojos negros y Blasco volvió a asentir, apretándome la mano derecha que me tenía sujeta.

―Ufff. Qué pasada, me emocionáis, chicos. Vamos allá, dejad la mente en blanco y yo voy a desear únicamente restablecer nuestra vida normal, todos vivos y olvidar lo sucedido en esta aventura.

Todos asintieron. Cogí la piedra preciosa verde y en cuanto la toqué brilló tanto que hasta con los párpados cerrados se hacia cegadora. Me dejé llevar, adormecer, sentir el sol, la suave brisa y soñé y soñé...

―¡Vamos, Agustín!  Te toca. Tira el balón. Vamos ―decía Nadia esperando el otro lado de la red, con su espléndida melena rubia al aire y su piel morena al sol.
Junto a ella estaban Jorge y Blasco y, al otro lado de la red, Agustín, Andreína y Adrián.

Debajo de un árbol reposaban en el suelo Raúl y Samuel conversando mientras miraban las aves pasar.

―Siempre he pensado que podíamos hacer juntos un crucero a una isla del Caribe, de esas desiertas. Y vivir una aventura extraordinaria, ¿no te parece? ―preguntó Raúl, mientras sujetaba una ramita de hierba con la boca―. ¿A ti no, Samuel?

Samuel se incorporó y miró a Nadia, que como si la hubiera llamado, se le quedó mirando fijamente, mientras se llevaba la mano al colgante que le había regalado esa mañana por su cumpleaños: un loro dorado con una cabeza tallada en una piedra preciosa verde.

Volvió a recostarse Raúl. Nadia siguió jugando como si nada con una sonrisa extraña en ambos.

―No lo sé, Raúl ―dijo Samuel―. A veces donde mejor se está es en casa y otras es la única manera de estar ―y cerró los ojos, contento, mientras oía la diáfana risa de Nadia y la del resto de sus amigos.

― ¡Qué poco espíritu aventurero tienes, tío! ―dijo Raúl y se adormeció.

Fin.