miércoles, 9 de diciembre de 2015

¡Bienvenida, a nuestro estimado blog, la gran escritora argentina de libros infantiles, la señora: Roberta Iannamico, queridos amigos!

¡Permiso! ¡Buenos días, buenas tardes o noches, chicos y chicas! ¡Hola, chicos y chicas! ¿Cómo están? Queremos compartir junto con todos ustedes, una dedicatoria especial.

Queremos compartir y presentarles desde la ciudad de Córdoba Capital, Argentina, junto con toda mi familia, con todos mis seres queridos y amigos, tantos para cada uno de ustedes, como así también; para cada una de sus familias, para cada uno de sus seres queridos y amigos, el cuento que se titula: "La escalera petisa" y fue escrito por la gran escritora argentina de libros infantiles: La señora Roberta Iannamico.

Cuento: La escalera petisa.

Autora: Roberta Iannamico.
Esta es la historia de una escalera de las que se usan para pintar el marco de las puertas o para juntar naranjas del árbol o para alcanzar las cosas que se guardan en el estante más alto.
Tiene cuatro escalones despintados y una cadenita que une las patas de atrás con las de adelante.
Como todas las escaleras, está condenada a no ver más allá de lo que le permite su estatura. Porque las escaleras no puede subir escaleras y, aunque pudieran, jamás lo harían.
Jamás se pisotearían entre hermanas.
Si por lo menos fuera de esas escaleras mecánicas que se suben todo el tiempo a sí mismas o una escalera caracol. Esas llegan hasta la punta de los faros y conocen las islas perdidas del océano. Pero no. Es una escalera petisa.
La gente la sube para limpiar vidrios, a veces le apoyan una pava y un mate en el lomo. Cuando no la necesitan más, juntan sus patas y la ponen contra la pared, como en penitencia.
Ella conoce historias de escaleras infinitas.
Conoce historias de escaleras hasta la Luna.
De escaleras con enredaderas que dan a los balcones llenos de princesas. Pero ella es una escalera petisa. Una que no llega a ningún lado.
Una mañana, mientras sueña con altura desde donde pueden verse los siete mares, alguien sale y deja la puerta abierta. La escalera mueve con gran esfuerzo las dos patas de adelante, después, despacito, las dos patas de atrás, otra vez las dos de adelante y las dos de atrás, las de adelante y las de atrás. Un paso, dos, tres, cuatro. Va.
Cruza la puerta y sigue andando.
Al llegar a la esquina la escalera petisa galopa. Cabalga sobre sus cuatro patas.
La ven pasar dos ratas asomadas en la alcantarilla, las palomas picoteando migas viejas, un bebé desde el cochecito.
La escalera camina los barrios más alejados de la ciudad.
Se enreda en la hojarasca de las plazas. Patea la pelota de los chicos que juegan en la vereda.
Corre la escalera petisa y el viento le pasa por entre los cuatro escalones.
Después, se tira a descansar sobre una pila de cajas y ahí se duerme.
¿Pero quién habrá tirado esta escalerita? —dice un hombre que se pasea en bicicleta.
La agarra por debajo del segundo escalón y se la lleva.
En su casa, la pinta de azul y la pone debajo de la ventana para que su hijo Andrés pueda mirar a la calle.
Andrés sube y el mundo aparece.
Mira a los hombres enroscados en sus bufandas y a las señoras con sus bolsas repletas de mandados.
A la noche vuelve a subir y cuenta las estrellas que van naciendo. Le inventa caras nuevas a la Luna.
Cada día sube Andrés a su escalera petisa. Es una escalera para mirar el mundo.
Parado sobre el lomo de la escalera. Andrés mira el árbol de enfrente sacudirse hasta la última hoja.
Y lo vuelve a mirar todas las mañanas, hasta que de su esqueleto ve salir el primer brotecito. Después, es una gran peluca verde donde construyen sus casas los pájaros.
Asomando a la ventana saluda al diarero, al gato vecino, a Mariana, la del pelo largo como un mar.
Vuelve de la escuela, sube a la escalerita y mira, mira y mira.
Se aprende de memoria el cantero, el farol, el viejo que que pasa siempre a las tres de la tarde.
Aprende también a sumar y a restar.
Cuando Andrés escribe cuentas, a la escalera le sube un cosquilleo que hace tintinear las cadenitas.
Cuando Andrés escribe poemas en los escalones de arriba, la escalera se para bien derecha y su "carne" cruje como diciendo "gracias, me gusta la caricia que hace la punta de tu lápiz".
Andrés escribe con letras grandes y chicas.
Dibuja faroles, gatos y diareros.
Hace los mandados solo y se ata los cordones de las zapatillas.
Los pantalones le llegan arriban de los tobillos y el borde de la ventana debajo de la nariz.
Ya no necesita escalera petisa para mirar la calle.
Debajo de la ventana, petisa y sola está la escalera.
De vez en cuando Andrés acaricia la madera que antes trepaba, mira las viejas cuentas, hace tintinear las cadenitas.
La escalera no se aguanta las patas quietas.
Una noche, mientras sueña con las alturas desde donde pueden verse todas las tierras, alguien sale y deja, como hace tiempo, la puerta abierta.
Entonces, la escalera toma impulso y se va caminando despacio sobre sus dos patas.

Fin.

Señora Roberta: ¡La queremos y admiramos mucho!
Señora Roberta: ¡Siga así!

¡Sigan así, queridos amigos y queridas amigas!

¡Los queremos mucho, queridos amigos!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario