miércoles, 16 de diciembre de 2015

¡Bienvenida a nuestro estimado blog, la gran escritora de libros infantiles, la señora: Laura Devetach, queridos amigos!

¡Permiso! ¡Buenos días, buenas tardes o noches, chicos y chicas! ¡Hola, chicos y chicas! ¿Cómo están? Queremos compartir junto con todos ustedes, una dedicatoria especial.

Queremos compartir y presentarles desde la ciudad de Córdoba Capital, Argentina, junto con toda mi familia, con todos mis seres queridos y amigos, tantos para cada uno de ustedes, como así también; para cada una de sus familias, para cada uno de sus seres queridos y amigos, el cuento que se titula: "Guy" y fue escrito por la gran escritora argentina de libros infantiles: La señora Laura Devetach.

Cuento: Guy.

Autora: Laura Devetach.
El elefante del circo se llamaba Guy. Tenía una trampa larga para barrerse el lomo como manojos de pasto. Y tenía dos orejotas de higuera.
El circo era chiquitito y lleno de la música que los músicos tocaban sus guitarras y baterías. Los músicos tocaban y los grandes y los chicos sentían burbujas en todo el cuerpo, porque la función estaba por empezar.
Cuando sonaban las guitarras y la batería, Guy se paraba en dos patas y jugaba con una gran pelota roja, tirándola al aire.
Además de los músicos y de Guy, el elefante, en el circo estaba Nina.
Nina era como un montón de chispas. Se arqueaba saltando para aquí y para allá. Daba volteretas en el aire y giraba, giraba, hasta que su vestidos de cintas hacía un batifondo de colores.
Y estaba Tontón, el mago, con su sombrero lleno de conejitos y un canario que cambiaba de color cuando él hacía tip tep con los dedos.
Pero lo más lindo que tenía Tontón era terminar sentado sobre la mesa mágica enseñando a los chicos alguno de sus trucos.
En el circo había también caballitos manchados, de crines muy largas.
Y varios monos que comían bananas y se colgaban de unos aros redondos.
Y un camello color aserrín.
Y un papagayo de pico brillante que sabía decir "un don din de la poli politana".
Y un ratoncito que vivía con los animales y a veces hacía pruebas en la pista, pero nadie lo veía porque era demasiado chiquitito.
Un día el circo acampó cerca de un río que sonaba como si estuviera hecho de nueces. Clas, cles, clis, cantaba mojando en enormes collares de piedras redondas que bordeaba su orilla.
A Guy le gustaba jugar con el agua, así que se fue al trotecito a conocer el río.
Le costó acercarse porque las piedras- que también tenían el color de las nueces- lo hicieron bailotear sobre la arena.
―¡Uy que me caigo, que me caigo! ―decía Guy.
Pero por fin llegó y se miró en el agua. Su cabezota se reflejó con trompa larga y orejas de hojas de higuera. Era lindo mirarse en el río. El agua pasaba, pasaba y la cara se quedaba allí. Guy se miro durante largo rato.
Guiñó un ojo y después el otro.
Movió la trompa para aquí y para allá.
Sacudió las orejotas.
Puso cara de elefante enojado.
Puso cara de elefante sonriente.
Y estaba pensando que su cara le gustaba bastante cuando de repente, pácate, pisó una piedra redonda y se cayó.
Y Guy, caído no vio más su cabezota reflejada en el agua. Estirado sobre la arena húmeda, buscó y buscó su imagen pero no la encontró.
―¡Uy! ―dijo con terror―. ¡No me veo en el agua! ¡Desaparecí! ¡Soy un elefante invisible!
Y se levantó de un salto. Despacito, miró de nuevo y vio su cabezota reflejada en el agua, con mucha cara de susto.
―¡Si me caigo, desaparezco! ―dijo Guy angustiado. Mejor trato de no caerme más. ¡No tengo ganas de ser un elefante desaparecido!
Y se alejó del río con pasos cortitos, caminando como si lo hubiesen almidonado. Tenía mucho miedo de volver a caerse.
―Un elefante ocupa mucho espacio, si cae de espaldas desaparecerá ―iba murmurando Guy camino al circo. Y se cuidaba muy bien de no pisar piedras redondas.
Desde ese momento empezó a quedarse quieto, quieto.
Cada vez fue más difícil para él jugar con la gran pelota roja en las funciones del circo. 
Dejó de decir con el papagayo "un don din de la poli politana".
No miró más los barriletes, ni las pruebas de los monos, ni levantó la cabezota para estornudar, porque no quería saber nada de caerse para atrás en un descuido.
Todos los amigos del circo fueron a ver que le pasaba. Y a todos Guy les decía lo mismo.
Un elefante ocupa mucho espacio, si cae de espaldas desaparecerá.
Los músicos tocaron las guitarras y la batería para Guy. Nina hizo cabriolas con su vestido de cintas. Todo el circo hizo de todo. Pero el miedo de Guy no se curaba con esas cosas.
Un día el ratón que hacía pruebas en la pista y al que nadie veía porque era demasiado chiquitito, le dio tres palmadas en la cabezota y le dijo:
―Me parece Guy que esto es cosa tuya. nada de lo que nosotros hagamos puede curar el miedo de caerse y desaparecer.
Un elefante ocupa mucho espacio ―contestó Guy, si cae de espaldas, desaparecerá.
Y se quedó tristemente quieto todo el día mirando pasar las hormigas, porque así estaba seguro de no caerse.
El circo chiquito siguió andando. Los músicos, Nina, Tontón, y todos los demás preguntaban a veces a Guy:
―¿Hasta cuándo vas a trabajar de estatua de elefante?
Un elefante ocupa mucho espacio, si cae de espaldas desaparecerá―contestaba Guy que casi, casi, se había olvidado de decir otra cosa, porque ya no quería mover ni siquiera la lengua.
El circo era una cajita de luces y los chicos y los grandes se acordaban de Guy y pedían que saliera a jugar con la pelota roja.
Pero Guy movía solamente los ojos diciendo no, no, no.
Una noche en que los músicos tocaban una música llena de burbujas, Guy sintió muy fuerte en todo el cuerpo las ganas de jugar y de moverse. Era como una cosquilla que lo hizo pararse en dos patas por un ratito.
Pero enseguida tuvo miedo y volvió a quedarse quieto, quieto.
Al día siguiente le pasó lo mismo. Hasta tomó la pelota con la trompa y la hizo girar.
Y al otro día Guy también giró y se sintió muy bien bailando bajo las estrellas.
Pero volvió a quedarse quieto.
A la noche siguiente giró la pelota, giró Guy y además inventó un juego nuevo que lo divirtió muchísimo.
Y estaba jugando y jugando olvidado de su miedo cuando de repente, pácate, pisó una piedra y se cayó.
Guy sintió como si el mundo se rompiera en mil pedacitos. Cerró los ojos para no verse desaparecer.
Y tirado en el suelo, esperó y esperó.
Como no pasaba nada abrió despacito los ojos.
Vio su trompa enroscada justo en el lugar de las trompas de los elefantes.
Tanteando, tanteando, se tocó el lomo. Allí estaba su lomo redondito.
Se tocó la cabezota. Y allí estaba con ojos, orejas y todo.
―¡Me caí, me caí y no desaparecí! ―gritó Guy abanicando las orejas.
Se hamacó con el lomo y, pácate, se paró sobre las cuatro patas.
Todos los amigos del circo fueron corriendo a ver qué pasaba con Guy, que gritaba tanto.
Y lo vieron tomar la pelota roja y bailar y tirarse al suelo y volverse a levantar y jugar con la pelota usando la trompa y las patas y todo su cuerpo de elefante como nunca, nunca, lo habían visto antes.
―¡Guy, Guy, Guy! gritaban todos contentísimos.
Y Guy todo de plata bajo la luna, sacudió las orejotas de hojas de higuera y dijo resoplando:
―Un elefante ocupa mucho espacio; si cae de espalda ocupa mucho más, ¡pero si quiere se puede se puede levantar!

Fin.

Señora Laura: ¡La queremos y admiramos mucho!
Señora Laura: ¡Siga así!


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